
Saluda con una reverencia tomada por la otra mano de la mano de su esposo, se retira a sus aposentos, no sin antes llamar a su sirvienta que la llevará por los rincones más ocultos del palacio, y es así que se encuentre con su amor quien yace mal herido en el cuarto acondicionado para la ocasión…
Sus dulces besos lo consuelan, la sirvienta se retira, ellos a pesar del dolor y del espanto, tienen su última noche de pasión… Con la claridad de la mañana ella despierta, el sol tenue se cola por las rendijas de la vieja y maltrecha ventana, esa que reverbera la luz sobre el cuerpo inerte de su amado que ha partido mientras ella dormía… Lo besa en la frente y se retira. Con la prestancia y la calma que se espera de alguien de su categoría. Nada de lágrimas sólo el dolor que cava hondo en su interior pero que nada trasluce al exterior. Sube las escaleras y comienza su rutina de señora real.
Han pasado cinco meses de esa noche y el primogénito del faraón guarda en su sangre el secreto del gladiador y su doncella…
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