Por consejo de un amigo, un día decidí ahondar en la
literatura de Borges. Y allí me encontré
con el Aleph, un cuento que mostraba a
un Borges desconocido para mí hasta ese día. Un ser como cualquiera, que reconoce su maligna felicidad ante la
locura ajena, hasta su incomprensión y su envidia. Pero rescatando al escritor, con sus humanos
yerros, pensé en la sensación que produce mirar a través de un punto en un
inédito lugar y poder sin más ver todo, todo cuanto he querido ver en este
mundo, seguramente vería a mis padres y sus consejos sabios; mis hermanos y
nuestras charlas; mi hija, sus abrazos, sus
besos y ese “mamá” que cambió tanto en mi vida y en mi ser; mi amor y
sus dolores; mis amigos y aquellas fiestas; aquellos ojos; aquella sonrisa;
aquellos besos y aquellos abrazos; mis
luchas ante la muerte en más de una oportunidad; los paisajes que he guardado
en mi alma; los amaneceres que quiero ver; los atardeceres naranjas que he imaginado; la lluvia copiosa
en otoño; el olor a tierra mojada en primavera; el caminar de la mano del
amado; los poemas que él me escribió; aquellas cartas de amor; aquellas rosas
que secas, aún guardo; el compartir una charla con esa persona, sólo con esa;
una noche clara y estrellada en el campo, sin más compañía que esa mano
tomada a la tuya; esa melodía que endulza tu alma porque te trae recuerdos de
la infancia, del ayer, del hoy y del mañana;
esa película que me hizo llorar de emoción, ese señor que me hizo soñar;
esa amiga que me ha acompañado toda la vida; ese amigo que ha escuchando mis
lamentos, mate en mano; poder
reconciliarme conmigo después de los treinta no ha estado mal. Vi tantas
cosas en ese Aleph que, seguramente,
alguna la pasé por alto, para no desmerecer a las otras.
Todos deberíamos encontrar ese punto en donde el
universo se junta, justo ahí, desde donde partimos para ver todo. Yo lo he
encontrado y está justo en el lugar en
que puedo hablar de lo que siento, de lo que veo, de cuanto me duele, me
angustia, me hace feliz. No es un punto físico, simplemente el oído de quien me
escucha sin tiempo y sin temores. Con palabras de aliento siempre por responder. Donde lo implacable se suaviza; y lo infame
se hace verdad; lo inmortal se
desvanece, para solo mostrar nuestra humanidad finita, vulnerable, simple;
donde el irreverente no triunfa; donde el poeta fundamenta su poesía cambiando
las circunstancias de la vida; donde la sonrisa es la única excusa para poder
seguir vivo; donde los envites de la vida te dan tregua; donde nadie debe
demostrar ser un héroe; donde los niños y sus ruidos no perturben, y por el
contrario, nos llene de infinita confianza en un futuro mejor; donde el anciano
no sea el estorbo y sí la voz sabia a seguir;
donde so importe que pienses y no qué pienses; donde los sueños no dejen
de aflorar por doquier, llevándote a donde quieras ir o estar; recordándote tu
esencia, tus virtudes, tus límites; tu amor; tu verdad...
Mi Aleph, es muy mío, tiene oídos y ¡cómo escucha! Tiene ojos y solo su mirada refleja las miles de
almas que podría amar. Tiene una boca que aunque miles quisieran no me la
podrían robar, está llena de verdades, de ironía inteligente, de sarcasmo, de
madurez, de diplomacia, de la palabra justa y metódica, de las sonrisas más
seductoras, de los besos más dulces y
voraces. Mi Aleph tiene alma y es tan clara y pura como la verdad misma, con
luchas internas por resolver, pero con el mérito de emprender siempre la lucha
debida. Posee un corazón, tan fuerte como grande, tan duro como tierno y tan
sensible como frío. La combinación perfecta para darme la posibilidad de ver en
su centro, cada uno de mis sueños, mi
vida. Aunque parezca lejano en el tiempo, alguna vez mis sueños serán los
suyos, y mitigaremos el dolor de lo lejano, de lo ajeno, de lo que no nos
pertenece. De lo que esta vida se ha
empeñado en darnos y quitarnos. Valiéndonos del poder que nos da, el tener
nuestro propio Aleph. Nuestro propio punto de conexión con el universo que
hemos soñado.
Allí esta él, aquí
yo, y nuestro punto de encuentro jamás dejará de brillar en el horizonte
que lo busquemos, en el recoveco que decidamos encontrarlo, en sótanos, en
bares, en bibliotecas, en cines, en calles solitarias, en sonrisas semejantes,
en lugares que son nuestros, en perfiles parecidos, en palabras que nos
recuerdan al otro, en todo lo que podamos usar para no perder nuestro horizonte
de amor. Para no perdernos, para no olvidar que existe ese ser capaz de
mostrártelo todo, con una mirada, un gesto, una palabra, un silencio
impenetrable en el tiempo.
Pugno por seguir este camino que he soñado y por
hacer digno cada instante de mi vida. Por el solo hecho de poseer mi lugar en
el mundo, ese lugar que buscamos y que
solo unos pocos encontramos, no importa la espera, ni la desazón, sólo el
encuentro. Ese encuentro.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -