domingo, 27 de diciembre de 2015

El abrazo anhelado




 

La noche cae, como esas noches que se esperan a modo de  remanso en el viaje de la vida. La brisa apenas fresca desplaza las cortinas de ese cuarto y la luz de la luna refleja el rostro de ese hombre al que ama y yace cual un niño en su regazo. Disfruta de ese instante y lo guarda cual tesoro para cuando el pecho clame el calor de esa piel, el sabor de esos besos y la dulzura de ésa mirada de un azul indefinido. No duerme y disfruta de cada suspiro, abrazada a él, como quien desea adueñarse  de su alma en cada abrazo. Sin caer en el Nihilismo, sabe que no pueden darse más que eso, un respiro para seguir estoicos ante los compromisos asumidos. Y aún a sabiendas de esa realidad tan palpable como el cabello de él escurriéndose entre los dedos de ella,  un sabor amargo a partida la invade cada vez que esa alarma le anuncia que es hora de vestir a la señora de elegante tailleur,  de recoger el cabello, acudir al tenue maquillaje,  volver a su perfume de toda la vida y tomar el auto sin siquiera mirar atrás. Podría decirse que su frialdad es inmanente a ella, pero no lo es. Es tan sólo el subterfugio del que  puede asirse  por el sólo hecho de no poder enfrentar el desafío atroz de superar el dolor o volver a ese cuarto. Y ante esto, prefiere la rauda partida.

 

La bocina suena sin parar, las luces iluminan a esa espesa niebla, y  las sirenas son la música de fondo. ¿Será un sueño?, quizás otra vez la pesadilla de verse en esa camilla cubierta con un sábana blanca y si bien su rostro no se ve,  sabe casi con exactitud científica, que es su cuerpo el que se encuentra allí. Pero esta vez la diferencia radica en el dolor, uno profundo y asfixiante que la envuelve, la sensación de que el aire pugna por llegar a sus pulmones en un esfuerzo casi infructuoso, lo hace sin duda alguna muy diferente al sueño, donde todo es paz y  desprenderse al  fin del  dolor,  ése con el convivió durante casi toda su vida. Despierta y un aparato le suministra el oxigeno necesario, un especie de corsé le sostiene su torso, y si bien siente  cada parte de su cuerpo el ramalazo es constante. Salvo en sus brazos, allí hasta desearía sentir dolor, con tal de sentir algo. Intenta mover sus manos pero estas incautas no responden. Apenas puede  divisar un rostro y luego son dos en lugar de uno, un atisbo de cordura la estremece, cierra los ojos e intenta pensar que otra vez esa pesadilla la está torturando, pues para eso es católica, simplemente para que la culpa la subyugue.  Una mueca de sonrisa se dibuja en su rostro. Las voces que murmuran, le hacen saber que no es una pesadilla, esos rostros son los de su esposo y su amante respectivamente que están al pie de la cama.

 

Los días sucesivos todo se desarrolla de manera pausada y equilibrada, ellos acuerdan el cuidado de ella, junto a dos amigas de toda la vida, y logran estipular un horario corrido de seis horas cada uno. Fue así que entre su esposo, dos amigas y él, la cuidarán alternándose cada seis horas por turno, de seis a doce del mediodía su amiga de la infancia, de doce del mediodía a las dieciocho su esposo, de dieciocho a cero hora su otra gran amiga de la vida, y de cero hora a seis de la mañana él. Nadie pide explicaciones y ella no está dispuesta a darlas. Ya sin esos aparatos que cumplan sus funciones vitales, se siente aliviada. No se ha dignado a emitir palabra, si bien los médicos aseguran que sus funciones vocales están afectadas, pero no al punto de impedirle el habla. La única persona con la que con un hilo de voz charla, lee y debate entre Nietzsche, Jung, Lacan; Balzac, Tolstoi, Alighieri, Kafka, Borges, García Márquez, Pérez Reverte, y cuando la nostalgia de ese amor los invade nada como Neruda, Bécquer, Storni, Allende, Benedetti, es con él. Las palabras sólo se hacen presente ante él y los tres hijos de ella. Nunca puede hacerlo con otras personas, a pesar de las largas sesiones de fonoaudiología, su limitada voz sólo puede ser descifrada por ellos cuatro,   y su energía no está dispuesta a malgastarla en quien  no puede escuchar. Pues la necesita para sus largas sesiones de rehabilitación, y así  poder cumplir con su ilusión de volver abrazarlos, más allá de las palabras.