sábado, 29 de septiembre de 2012

MI PRÍNCIPE AZUL

 
 
Cuando uno es pequeño hay un sueño recurrente, el cual nos acompaña o nos persigue de manera perpetua. Mi sueño de caer al agua nunca me abandonó en la infancia. Y en las noches despertaba asustada, pensando que había caído al río una vez más. Tendría como cuatro años y cada fin de semana largo que mi papá tenía, de inmediato preparábamos el equipaje y partíamos rumbo a Victoria. La ciudad de las siete colinas. Llegábamos a la estación fluvial, y allí subíamos a una lancha que nos llevaba rumbo a nuestra ciudad natal. Y el dolor de dejar tierra firme me abrazaba, y el hecho de que mi papá me cargara en sus brazos me alejaba del terror.

 

Era un viaje para mi interminable, pero para el tiempo eran apenas cuatro horas. Cuatro horas que separaba a Rosario, la ciudad que yo amaba, amo y amaré, de la ciudad que me vio nacer, Victoria. Es una ciudad pequeña, con costumbre de pueblo en donde todos se saludan, y donde todos son bienvenidos, pero nunca fue mi caso... Nunca me sentí de allí, y solo quería volver a mi casa, a Rosario, donde siempre sentí que era mi lugar... segura, donde el aire con perfume a café te abraza con un abrazo tibio de café caliente... Cosas de chicos, diría mi mamá... El viaje era lindo, y mi papá nos compraba unos sándwichs de jamón y queso, que eran especiales, pues tenían un gustito especial, el de la aventura del viaje en lancha.

 

Llegábamos a la estación fluvial de Victoria, Entre Ríos y allí tomábamos el taxi de don Tito, quien siempre se admiraba de lo lindas que estábamos tanto mi hermana mayor como yo.

Luego nos llevaba a la estación de ómnibus, y allí tomábamos un autobús al campo de mi abuela paterna, Felipa. Junto a ella vivían mis tíos con sus respectivas familias, en tres casas muy cercanas una de la otra. Aún escucho las críticas a nuestra forma de hablar, a lo rosarino, nunca lo entendí y aún hoy no las entiendo. Pero lo que sí sé, es que con mi hermana disfrutábamos de caminar por el campo y de andar a caballo (mi tío Ramón nos preparaba todo para la ocasión). De escuchar ese cantito en el hablar que es muy particular del lugar. Mi abuela era un personaje admirable, de férreos valores religiosos. Fuerte y resuelta que había criado a sus hijos con lo justo pero sin que les faltase nada, incluso el ejemplo de hacer todo por sus medios. Ahí había que comer lo que se servía, pero con mi hermana y conmigo hacían excepciones, pues la leche de vaca nos resultaba fuerte, y a mí el olor de los huevos, me daba cosita. Los pasteles de la abuela tenían el tamaño adecuado para comer uno y no tener apetito en todo el día.

 

El poder disfrutar de los paseos a caballo es lo único que me conecta con el campo, esos paseos me hacían soñar con que mi papá era el príncipe que me rescataba en su caballo... quién sabe, de qué tragedia. Era algo hermoso y fue el primer contacto con mi príncipe azul. Ese que siempre llega en el momento preciso a salvar a su doncella...

Con el correr de los años mi príncipe fue perdiendo notoriedad y se convirtió en un simple hombre que supo escucharme cuando no hay oídos prestos, abrazarme cuando todo es un traspié, darme el empuje cuando quiero abandonar mi lucha, y hacer que sienta lo especial que soy, por el simple hecho de que soy única, tal y como lo somos todos y cada uno de los individuos que habitan esta tierra. De sostener mi mano cuando ya no hay fuerzas para levantarla. Y puede acariciar mi alma cuando ésta sufre, por la vida misma.

 

Y ya mi príncipe no tiene caballo, ni es un súper héroe, tan solo es un ser humano con más defectos que virtudes, pero con la mayor virtud que un ser puede tener, que es el de encantar a mi alma, hacerla vivir y vibrar... No me rescata de momentos límites, me rescata de mis propios límites, como ser humano, como mujer, como amante, como amiga, como colega, como cómplice.

Nada podrá robarme el sueño de mi príncipe... Así como nadie podrá robárselo a cada mujer que quiera sentir que es mujer, y que merece tener a su lado al mejor hombre, amigo, amante, ser humano... Nada fácil esa tarea, pero nosotras mismas sabemos qué es lo mejor para nosotras. Ninguna mujer es igual a otra, así como nadie es igual a nadie, pero sí sabemos que hay alguien que es lo mejor para uno.

 

El príncipe azul ya no tiene que ver con la realeza y sí con la realidad de sentirse amada, no tiene que ver con el glamour de un caballo blanco, y sí con la fuerza de sostenernos en el camino recorrido. De hablar el mismo idioma, de sonreír ante los mismos estímulos. De sentir que pase lo que pase ése ser estará a tu lado eternamente... No de sentir que no puedo vivir sin él. Al contrario, saber que puedo vivir sin él, pero que decido estar a su lado porque simplemente lo amo... que no necesito estar a su lado, pero que decido estarlo. Para seguir soñando con mí príncipe azul, quien me rescata de mi misma, de mis límites, mis miedos.
 
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -

 

 

 

 


TODA UNA VIDA.

 

La esperanza tiene sus facetas, para algunos demasiadas para ser vista de una sola vez, para otros no tiene facetas, sólo fases que discurren entre el éxito, la suerte y hasta la fe.  La lógica nos empuja a tenerla,  a sostenerla por sobre todo y ante todo, valiéndonos de lo impensable, por retenerla, no perderla, no dejarla, no abandonarla... Pero cual amante desamorada, que nos abandona en el mejor de los momentos, sin explicarnos ni siquiera la razón, un día te despiertas y ella no está a tu lado, no sostiene tu mano, no te impulsa a soñar, no enjuaga tus lágrimas, no endulza tu alma, no recoge tus lamentos, no  aprisiona tu ira, no aclara tus pensamiento y mucho menos los infunde. Y ahí estas sólo y sin esperanzas...

 Sí, así me sentí ese día, así me sentí cuando vi que todo estaba perdido... Todo lo que año tras año había logrado, o creí lograr... Hoy sólo Dios lo sabe...

Ese maldito cartero, aún siento ira por el pobre hombre... y la cara inocente de mi esposa recibiéndolo con una sonrisa, y ese sobre de papel madera entre sus manos, que muy suavemente fue abriendo y a medida que leía esas cartas... eran muchas, sus lágrimas afloraban una a una.  Y yo, que con cautela la observaba detrás de aquella ventana.  No dije una sola palabra y seguí mi día como si nada.

Al mediodía la cocinera anunció que la mesa estaría servida en treinta minutos, me dirigí muy tranquilamente, tratando de demorar lo más posible, esperando así alargar el tiempo y no enfrentar su mirada... crucé la puerta del comedor con una sonrisa, mis hijos me devolvieron otras y ella sólo me miro con la mirada más triste que le he observado y  eso que ella no suele ser tan demostrativa en sus emociones, por el contrario, con el correr de los años, se me ha hecho casi imposible saber qué siente... El almuerzo fue en paz, nada parecía ocurrir. Me levanté de la mesa, fui a mi escritorio y traté de comunicarme mediante el correo electrónico con ella y decirle que la amenaza de su esposo había sido cumplida. Que mi esposa sabía lo nuestro y que mi vida estaba perdida, pero no pude, sabía que el dolor de ella sería mayor al mío, pues ella sólo quiso cuidarme siempre y hasta me advirtió de lo que podía pasar... Y mi descuido hizo que mi esposa recibiera el correo... Cómo explicarle que amaba a esa mujer más que a mi vida, pero que nada en mi familia cambiaría por eso, que mi familia seguiría intacta, que ese amor,  era el más puro que tuve, que  únicamente nuestras almas habían hecho el mayor de los contactos. Pero que era un amor tan puro, que no quería lastimar a nadie... ¿Mi esposa lo entendería? –No creo- y al final me comuniqué con mi amor, el dolor nos cegó la charla, ella no podía creer que todo esto nos pasara, y al final decidimos no escribirnos más, y no vernos más, por nuestras familias... Cuánto dolor, cuántas lágrimas, cuántas palabras apretadas por decir no, no puedo vivir sin vos, pero era tan grande nuestro amor, que nos olvidamos de él para seguir nuestras vidas.

Ese fue nuestro último contacto, y aún duele.

Mi esposa jamás me preguntó nada  y nuestra vida siguió como si nada, pero ella cambió mucho, trató de estar más a mi lado, compartir cosas que hacía años no compartía, era como si su romanticismo dormido, se hubiera despertado... Quizá el amor que vio en esas cartas que nos escribimos con mi amor, la hizo reflexionar sobre su actitud frente  a la vida, ella nunca pudo compartir ni noches de luna, ni amaneceres,  ni caminatas bajo la lluvia... todo por lo que me enamoré de aquella mujer con quien nos escribimos los  poemas más sentidos, esa mujer que me devolvió las ganas de soñar con tantas cosas que creí perdidas hacía tiempo, y que ella con su dulzura y su simpleza me devolvieron, y ese día que aceptó, no volver a vernos,  supe en realidad que me amaba, pues al renunciar a nuestro amor, me dijo te amo una vez más y aún lo siento así, aún siento que su amor fue, es y será el más puro que he tenido en la vida, tan puro que renunció a él por nuestras respectivas familias, pero sobre todo porque sabía que no podría vivir sin mis hijos y ella sin los de ella.

 

Ambos sabíamos que  este amor duraría para siempre, siempre y cuando no pusiera en juego nuestras obligaciones, y apenas las puso desistimos de él, pues ninguno sería feliz, haciéndole daño a alguien, no fue esa nuestra meta.

 

Hoy supe de ella, y dio un salto mi corazón, publicó su tan soñado libro, ese en el que mucha poesía las inspiró nuestro dulce amor, y me dio tanta felicidad, y me dije: qué bueno princesa, al fin... ¡lo lograste! Y recordé, sus ojos brillantes y oscuros, sus sutiles movimientos femeninos, su figura de guitarra española, esas manos  pequeñas y cuidadas, su sonrisa, su voz tan sensual, su cabello suave y  lacio... recordé cada uno de los detalles de su ser, esos que hicieron que mi corazón galopara cada vez que la atisbó mi ser o que sólo  la pensé. Ella era una mujer admirable, bella e inteligente, una combinación explosiva y pocas veces vista, y con un alma tan sensible como la mía. A ella le debo el soñar, de nuevo con cada cosa romántica que existe sobre la tierra, su poesía me llenó de ilusiones, he hizo que mi mente volara a los lugares más  bellos y recónditos. Cuánto te amo aún, mi pequeña, mi poetiza soñadora, eso ni yo mismo podría saberlo.

Pero hoy supe de ti, en la foto estabas junto a ellos, el aún es tu dueño, y tu mirada aún guarda dolor, detrás de ese brillo increíble.  ¡Qué bella estás amor!  ¡Que bella!

Me pregunto: ¿Me amarás aún?  ¿Estaré en tus recuerdos, como tú estás en los míos?

Y lo peor, es que sé que si, pues aún te intuyo y te siento como en aquellos días, donde nuestras almas todo lo sabían, hasta nuestros silencios eran escuchados por el otro, o adivinados por el alma. Y sé que aún tu almita me ama, tanto como mi alma te ama a ti y  lo hará por siempre... Cómo puede Dios crear dos almas que compartan tanto, y que nunca podrán estar juntas, es injusto Dios, muy injusto. Pero no puedo hacer nada por cambiarlo, o mejor dicho no quise hacer nada por cambiarlo,  preferí la comodidad de esta vida de insensible. A enfrentar al mundo por mi amor, ése que me dio ganas de volver a soñar, a sentir y pensar que el amor era posible,

Qué cobarde he sido, pero ahora es tarde y ya estoy vencido.  Creo que perdí la esencia de  haber vivido.  Suplante el amor, por lo conseguido, y aún añoro esos abrazos, y esos ojos con brillo. Aún pienso en que sería de mí,  si aún pudiera tener su figura en mis brazos, sus ojos perdidos en los míos, y su boca devolviéndome una sonrisa... esa sonrisa por la que hubiera dado mi vida, mi alma, mi ser... pero no lo hice...  Y ella tampoco lo hizo,  se conformo al igual que yo con saber simplemente que el amor existe, más allá de todo y de todos, existe.

Podrá haber dolor, llanto, desamor, angustia, soledades, noches sin lunas, pero nunca dejará de palpitar el amor que un día nuestras almas han sentido, ese amor tan puro que no se puede describir, que nadie conoce, que nadie a soñado si quiera, hay almas que Dios crea a su imagen y semejanza, y un día por un accidente de la vida, se encuentran, pero sin más pueden admirarse y contemplarse a modo de oasis en el desierto, para poder tomar fuerzas y seguir con el destino elegido. Sin alterar nada, sólo reafirmando la idea de lo hermoso que es vivir, por el sublime hecho de que un día sentimos el amor más puro y simple de esta vida, un amor halado, y no,  uno terrenal como  el que el mundo ha vivido...

Un día ella me escribió en una de sus cartas, - siempre creí que Dios se había olvidado de mí,  y que en esta vida me privaría del amor, pero siempre guardé la esperanza, de que en mi próxima vida sí se acordaría y me daría un amor, y hoy sé que Dios no me debe nada, pues el hecho de haberte conocido, cubre su deuda de amor conmigo.

Y el día que leí eso mi corazón dio un vuelco de ternura, como alguien podía seguir viviendo, con el solo pensamiento, de que en otra vida sería feliz, se puede dar tanto...

No,  sé que nadie puede dar tanto en pos de un ideal, pero ella lo hizo, al igual que yo, dimos nuestras vidas y nuestra felicidad en pos de las obligaciones que habíamos contraído. Teníamos tan arraigado el hecho de cumplir, que no supimos hacer más que lo que debíamos. El deber ser  e  hicimos lo que debíamos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL SABER DE SÓCRATES.


 
Solo sé que no sé nada y al saber que no sé nada, algo sé, que no sé nada. Parece solo una frase hecha por el azar de una palabra, pero esconde la sapiencia del que medita con el alma. Siempre creemos saberlo todo y pugnamos por devorar los conocimientos, sin entender, sin comprender, por el egocentrismo de sabernos sabios. Y en esa lucha de conocimiento e incorporación de información, se nos olvida pensar, cuestionar y discernir. Y al final no sabemos nada, pero creemos saberlo todo.

Fue así que un día mientras la distancia del sol a la tierra se achicaba,  él caminaba sin más por esa calle solitaria. Y de pronto la vio pasar, con su pelo negro, más negro que la noche y  con más brillo que las estrellas, con su frágil figura y un rostro angelical. Ese señor tan ocupado, dedico un minuto de su tiempo a observar a esa joven solitaria y común. Él tenía todo y sabía todo, pero no pudo dejar de mirar a esa simple joven, y mientras ella se alejaba por aquel boulevard. Él sintió que su corazón se escapaba tras ella. Y ningún conocimiento le sirvió para mitigar la pena de perderla.

Intento alcanzarla y al hacerlo la tomó de un brazo y le pidió: “solo un café”, ella lo miró y sus ojos iluminaron los de él, ella le dijo: “que tenía que entrar a trabajar que otro día con gusto”, le dio un número de teléfono y se fue ante el estupor del caballero.

El correr de la bolsa y los movimientos financieros, lo mantuvieron ocupado, pero no lo suficiente como para olvidar a la joven. Que atardeceres antes le había robado el alma. Temía llamarla y que otra vez ella se excusara. Pero junto fuerzas y la llamó, sus bronceados y delgado dedos, marcaron ése número. Concertaron la cita para un día de la próxima semana. Así comenzó esa amistad que poco a poco fue tornándose Amor. Tenían dos mundos muy diferentes. Ella disfrutaba de la sencillez de su trabajo de pedagoga, en un orfanato que quedaba en los suburbios de la cuidad. Donde era el tesoro mejor guardado, llenaba de luz el lugar, los niños estaban contenidos por su amor, y su empeño en ayudarlos a superar el abandono. Ese mismo que ella había sufrido hace treinta y tantos años. Desde pequeña se juró que si a solo un niño le podía sacar ese sentimiento tan cruel de ser abandonado, su tarea en esta tierra estaría cumplida. Y Así lo hizo. Ese era su mundo, su vida, darles el amor y la confianza debida en ellos mismos, para que el día de mañana no arrastraran su historia. Vivía sola en un departamento de un ambiente que alquilaba, y estaba ya cansada de pelear con el dueño por la humedad del techo, y por lo alto de las expensas, pero aun así era feliz, y disfrutaba de su pequeño lugar. Ese era su refugio, abarrotado de libros que caían de la biblioteca, una mesa pequeña, cuatro sillas, un sillón mecedor al lado de la ventana el cual estaba lleno de almohadones, una cama antigua, un equipo de música, un televisor, un escritorio con su computadora y un cuadro de Claude Monet, el impresionismo siempre le gusto, quizá porque siempre quiso ver luz, y el hecho de que el negro desapareciera, le iluminaba el alma, el romanticismo de ese paisaje la hacía soñar. Él en cambio vivía en la parte residencial de ciudad, en una mansión, con un mayordomo inglés, un séquito de mucamas y colaboradores, un perro al que adoraba y su colección de oleos y autos antiguos. Su biblioteca era más grande que todo el departamento de ella. Era un hombre elegante, delgado, con un bronceado Caribe todo el año, sus trajes Dior impecables, un sutil perfume francés (el mismo de toda su vida adulta) un acento inglés muy cautivador, y con los movimientos más gráciles que le aprecie a un hombre, con su rutina nocturna del coñac añejo en su copa favorita, su habano, y su libro, en un rincón de su escritorio, debajo de aquella hermosa lámpara antigua, y sobre su sillón de terciopelo azul. Sabía que aquel viejo mayordomo esperaba que él durmiera, para recién acudir a sus aposentos, y disfrutaba de ese poder, lo hacía sentir, el dueño de esa vida, y de todas las que dependían de él. Y sonrisa mediante, se conformaba con solo mover un dedo y que todo estuviese en su lugar en ese preciso momento. Se sentía el dueño no solo de la mansión, si no de cuanta alma viviera allí, y ese era su mayor tesoro. Dueño de todo el poder en su mansión, jamás se sintió tan cómodo como ella en su pequeño lugar.

Era de noche, una muy especial y estrellada, con brisa suave, ideal para dar comienzo a una bella historia de amor, pero su egoísmo lo traicionó, al pedirle a ella que dejara de trabajar en ese orfanato y que se casara con él, que le daría todo, y ella le dijo que no, que ya tenía todo lo que había soñado, un lugar en el mundo, y no se lo regalaría ni a su amor... El no comprendió que a veces el dinero no cubre las necesidades del alma, ni espacios, ni suplanta otros. Y al pedirle todo, se quedo sin nada. Ella lo amaba pero no renunciaría a ella por ese amor, ella lo amaba a él y no a la comodidad de su dinero. Y no pretendía casarse con él y simplemente dejar de vivir, y de trabajar en lo que tanto amaba, sus niños. Y él no podía soportar que su esposa trabajara en un suburbio, tratando a niños de clases bajas, sería un agravio para él y su status. Como explicaba a su círculo que su esposa trabajaba en ese lugar era imposible. Cuando acudieran a un cóctel y alguien preguntara: ¿a qué te dedicas? Y ella respondiera, sería un hazme reír de sus amigos, nadie aceptaría tal situación. De pronto en su mente apareció el murmullo de los presentes hablando, de su esposa, y ese solo pensamiento lo apabulló.

La joven comprendió que el amaba su status, su medio, y prefirió marcharse.

Y él comprendió que no sabía nada, que nada había aprendido hasta ese día, en que su egoísmo lo venció, y venció a su amor. Y recordó a Sócrates, y en sus oídos retumbaba la frase “no sé nada”, nada de la vida, se repetía una y otra vez. Solo sé que no sé nada, y al saber que no sé nada, algo sé, que no sé nada, él en cambio siempre se creyó un sabio, siempre con la propuesta irrefutable. Mi inteligencia no me ha servido, se reprochaba, para encumbrar mi vida al lado de la de mi amor, lo he perdido, simplemente por analizar a mi relación como una inversión en la bolsa, pones tiempo y dinero allí, cubres tales necesidades y recuperas tus ganancias aquí. Me olvidé que no era un número, era mi amor, un ser humano, con proyectos, sentimiento, objetivos y que no debían ser bajo ningún concepto, iguales a los míos.

Ella siguió su vida feliz junto a sus niños, suspirando por aquel amor. Sin reprocharse nada.
Y él se propuso aprender a vivir, y aun lo intenta. Cosa que no creo que logre, pues su pequeño ser no puede con los mandatos de su sociedad.

MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004-





viernes, 28 de septiembre de 2012

LA OSCURIDAD DE WILLIAM

Sentado en el sombrío cuarto, cuando se tornaba solitario en ése, su refugio… el encanto aparecía, el sol que con apenas luces en hilos entraba, lo trasladaba a alguna otra dimensión,  una donde toda reflexión se sumía a la locura, creando así ése su misterio más grande, el que William guardaba. Nada se sabe de su recluida vida, pero su cuarto, él sí lo sabía, allí tras su puerta la dimensión de los exotérico y esotérico se apoderaban de él, y sus obras se trazaban a carrera. Nadie supo de sus intimidades. 

 El sol y esas campanas, le revelaron un camino hacia esas cosas inentendibles para el mundo ordinario, desentrañando  los hábitos más instintivos del hombre y obrando con este don de hallar los perfecto ante el obstáculo que toda naturaleza impone. La virtud de encontrar lo bueno siempre en desmedro de la pobreza del ser.

Sólo ella lo descubrió, al morir éste su admirado poeta, entró y al cerrar la puerta, la oscuridad se convirtió en albor, ése que la llevo a sentir cada personaje, su duda, su vacilación, la visión del Creador contra el hombre, su incansable y eterna marioneta y la obstinación entre ambos, y la suma de ambos.

 Si has vivido, si has sufrido, sentido y llorado entonces junto hemos podido comprender a Shakeaspeare…
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -.

 

martes, 11 de septiembre de 2012

MICRORRELATOS.

CAZADO.
Al parecer el lobo no era tan feroz.Caperucita lo engatuzó. La cita fue en el civil. Pero el casamiento fue con la abuela.

OBSECADA.
Nadó, nadó y nadó. Nada más que para ahogarse.

CULPABLE.
Puedes llamar al abogado.-Dijo la mujer digna a su madre- He desestimado la honra de mi esposo.

Mercedes Raquel Enrique 08/2012