domingo, 11 de diciembre de 2011

UN ALEPH PROPIO...

 
Por consejo de un amigo, un día decidí ahondar en la literatura de Borges.  Y allí me encontré con el Aleph, un cuento que  mostraba a un Borges desconocido para mí hasta ese día. Un ser como cualquiera,  que reconoce su maligna felicidad ante la locura ajena, hasta su incomprensión y su envidia.   Pero rescatando al escritor, con sus humanos yerros, pensé en la sensación que produce mirar a través de un punto en un inédito lugar y poder sin más ver todo, todo cuanto he querido ver en este mundo, seguramente vería a mis padres y sus consejos sabios; mis hermanos y nuestras charlas; mi hija, sus abrazos, sus  besos y ese “mamá” que cambió tanto en mi vida y en mi ser; mi amor y sus dolores; mis amigos y aquellas fiestas; aquellos ojos; aquella sonrisa; aquellos besos y aquellos abrazos;  mis luchas ante la muerte en más de una oportunidad; los paisajes que he guardado en mi alma; los amaneceres que quiero ver; los atardeceres  naranjas que he imaginado; la lluvia copiosa en otoño; el olor a tierra mojada en primavera; el caminar de la mano del amado; los poemas que él me escribió; aquellas cartas de amor; aquellas rosas que secas, aún guardo; el compartir una charla con esa persona,  sólo con esa;  una noche clara y estrellada en el campo, sin más compañía que esa mano tomada a la tuya; esa melodía que endulza tu alma porque te trae recuerdos de la infancia, del ayer, del hoy y del mañana;  esa película que me hizo llorar de emoción, ese señor que me hizo soñar; esa amiga que me ha acompañado toda la vida; ese amigo que ha escuchando mis lamentos,  mate en mano; poder reconciliarme conmigo después de los treinta no ha estado mal. Vi tantas cosas  en ese Aleph que, seguramente, alguna la pasé por alto, para no desmerecer a las otras.

 

Todos deberíamos encontrar ese punto en donde el universo se junta, justo ahí, desde donde partimos para ver todo. Yo lo he encontrado y está justo en el lugar en  que puedo hablar de lo que siento, de lo que veo, de cuanto me duele, me angustia, me hace feliz. No es un punto físico, simplemente el oído de quien me escucha sin tiempo y sin temores. Con palabras de aliento siempre por responder.  Donde lo implacable se suaviza; y lo infame se hace verdad;  lo inmortal se desvanece, para solo mostrar nuestra humanidad finita, vulnerable, simple; donde el irreverente no triunfa; donde el poeta fundamenta su poesía cambiando las circunstancias de la vida; donde la sonrisa es la única excusa para poder seguir vivo; donde los envites de la vida te dan tregua; donde nadie debe demostrar ser un héroe; donde los niños y sus ruidos no perturben, y por el contrario, nos llene de infinita confianza en un futuro mejor; donde el anciano no sea el estorbo y sí la voz sabia a seguir;  donde so importe que pienses y no qué pienses; donde los sueños no dejen de aflorar por doquier, llevándote a donde quieras ir o estar; recordándote tu esencia, tus virtudes, tus límites; tu amor; tu verdad...

 

Mi Aleph, es muy mío, tiene oídos y ¡cómo escucha! Tiene ojos y solo su mirada refleja las miles de almas que podría amar. Tiene una boca que aunque miles quisieran no me la podrían robar, está llena de verdades, de ironía inteligente, de sarcasmo, de madurez, de diplomacia, de la palabra justa y metódica, de las sonrisas más seductoras,  de los besos más dulces y voraces. Mi Aleph tiene alma y es tan clara y pura como la verdad misma, con luchas internas por resolver, pero con el mérito de emprender siempre la lucha debida. Posee un corazón, tan fuerte como grande, tan duro como tierno y tan sensible como frío. La combinación perfecta para darme la posibilidad de ver en su centro, cada uno de  mis sueños, mi vida. Aunque parezca lejano en el tiempo, alguna vez mis sueños serán los suyos, y mitigaremos el dolor de lo lejano, de lo ajeno, de lo que no nos pertenece. De lo que esta  vida se ha empeñado en darnos y quitarnos. Valiéndonos del poder que nos da, el tener nuestro propio Aleph. Nuestro propio punto de conexión con el universo que hemos soñado.

 

Allí esta él, aquí  yo, y nuestro punto de encuentro jamás dejará de brillar en el horizonte que lo busquemos, en el recoveco que decidamos encontrarlo, en sótanos, en bares, en bibliotecas, en cines, en calles solitarias, en sonrisas semejantes, en lugares que son nuestros, en perfiles parecidos, en palabras que nos recuerdan al otro, en todo lo que podamos usar para no perder nuestro horizonte de amor. Para no perdernos, para no olvidar que existe ese ser capaz de mostrártelo todo, con una mirada, un gesto, una palabra, un silencio impenetrable en el tiempo.
 

Pugno por seguir este camino que he soñado y por hacer digno cada instante de mi vida. Por el solo hecho de poseer mi lugar en el mundo, ese lugar que  buscamos y que solo unos pocos encontramos, no importa la espera, ni la desazón, sólo el encuentro. Ese encuentro.
 
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -