martes, 9 de octubre de 2012



Sin dudas el amor no tiene una explicación, y uno no tiene porqué buscarsela.

sábado, 6 de octubre de 2012

EL INFAME.



Todo orquestado ya  y a punto de comenzar el día. Se levanta cual un rayo, entre su ducha y sus mates, enciende el cigarrillo... Descalzo, se dirige a su escritorio, enciende su computadora  y comienza su labor. Debe resolver lo de las inversiones, si viajará o no a ver a su amante, si firmará el contrato para su nuevo libro o si, simplemente, se divertirá a la pesca de alguna ingenua visitadora de chats.
 
El mail es concreto: no te veré más, estar a tu lado sólo me ha traído dolor y más desamparo del que tenía antes, gracias por todo. Pero este es mí adiós. De pronto su cara tan cruda y fría, se desencaja y su mirada de seguridad imperante, se borra, queda sólo la mirada extraviada de un hombre que acaba de perderlo todo. Camina de un lado al otro de la sala, sin encontrar respuestas, eso no puede  ser. Cómo puede perderla, cómo si ella lo ama. Él sabe de las noches en velas de ella, a la espera de su amor, esto es un mal sueño, esto no puede  estar pasándole  a él. Él las dejaba, no ellas a él. Ese lugar nunca fue suyo, como es posible, sentir tal desazón. El corazón se le sale del pecho de dolor, de desconsuelo... ¿Qué hará ahora?
 
El día transcurre entre el ajetreo de las inversiones, el trabajo rural, su libro, su deberes maritales, y de padre... y el dolor de un amante lacerado.
Llega la noche,  tan clara y brillante que parece burlarse de él. Toma coraje y marca su número. Ella lo atiende y le dice: ya es tarde para hablar, el tiempo lo esfumó todo,  la espera se acabó, ya no más mentiras, sigue tu vida, ya encontrarás otra ingenua con quien pasarla bien. El nudo en su garganta sólo le permite decir, es verdad siempre fue así, pero a ti te amo, te amo de verdad, maldita seas. Y  cortó.  Ella quedo con  el tubo de teléfono  en la mano y no comprendió nada, cómo él que hace más de cinco meses que no me ve, puede decirme que me ama... es un necio. Colgó el tubo y se acostó a dormir, más tranquila que nunca en muchos meses. Sabiendo que su dolor se había terminado. Y que de ahora en más, no esperará a nadie en esta vida. Continúa  su vida de esposa, madre, y su profesión con más fuerzas que nunca. Guardando el gran amor de su vida, en el rincón más profundo de su alma.
 
Él en cambio comienza  el tormentoso camino de saber que ama a esa mujer más que a nada en la tierra  y que es muy poco lo que puede hacer para recuperarla. Además están sus hijos, su esposa, sus obligaciones. Cómo hará  para recuperar el  amor, que hizo durante estos  cinco últimos años que todo pudiera seguir.
La mañana lo encuentra junto a la noche y con sus ojos verdes claros clavados en el techo, mirando sin ver el giro de aquel ventilador de madera caoba oscura y en su mano el cigarrillo número un millón, ya que fueron muchos los de la noche. Sin dudarlo se levanta (como siempre a las cinco de la mañana) y organiza el viaje a Buenos Aires. Ya le inventará alguna excusa a su esposa, sólo debe juntar coraje para ir y enfrentar a esa mujer de una vez y mirándola a los ojos decirle que la ama cada día más,  que sin ella su vida ya no tiene  más luz, que ella es quien  ilumina todo, con sus sonrisas, con sus cuidados desde la distancia, con sus te amo de cada mañana en el e-mail. Es ella la musa inspiradora de sus libros.  Y lo hace. Viaja raudamente desde su estancia hasta los ciento setenta kilómetros, que lo separan de Buenos Aires... El viaje le parece más largo que nunca y sus cigarrillos no dejan de encenderse en todo el trayecto... Llega se hospeda donde siempre... Y la llama, concierta una cita a la cual ella asiste...
La espera en el bar de siempre,  mirando cada ser parecido a ella, con el corazón que se le escapaba por la boca, debido a su ansiedad. Hasta que por fin cruza la puerta, está bellísima, con un vestido que resaltaba su figura y con el pelo más brillante que nunca. Su rostro luce perfecto, aunque su mirada se esconde tras los anteojos de sol...
Toma asiento, lo saluda con un:- disculpa la demora, el transito está infernal... El intenta tomarle la mano cuando ella las apoya sobre la mesa (luego de dejar sobre el respaldo de una silla la cartera) pero ella de inmediato la retira y el dolor le cruza el corazón… Y él  enseguida le dijo: qué te pasó princesa, Por qué tomas esta decisión
 Se quito los lentes y con una mirada roja, por el llanto, le dice: No puedo más, el dolor me ganó, no puedo esperarte toda la vida, no soporto pensar que cada vez que atiendo el teléfono al fin escucharé tu voz, o cuando abra el MSN allí estarás... No puedo, debo dejarte ir para poder vivir.  Podemos ser amigos, encontrarnos cuando quieras tomar un café y charlar, pero esta pareja no va más. El respira y le dice que le dé una sola oportunidad para poder arreglar esto, que él se  ocupará de estar presente en su vida, que dejará su egocentrismo de lado y dejará de intentar conquistar a todo lo que se parezca a una mujer... Ella lo deja terminar, y le dice: sólo puedo ser tu amiga o nada de ahora en adelante, piénsalo, ahora debo irme, toma su cartera, deja el dinero para pagar el café que toma durante la charla y se va. Él se queda  perplejo y no puede  reaccionar... Termina su jugo, y se dirige a su apart hotel, se acuesta y piensa mucho... por la noche la llama y acepta su propuesta, el sólo hecho de volverla a ver, hace que desista de conquistarla nuevamente como mujer. Ella toma con alegría su decisión  y cada vez que ahora se encuentran lo hacen en el  bar de siempre, ella le lleva un regalo, él otro, comparten un café. Muchas veces leen libros juntos y  luego charlan sobre ellos. Aunque en el corazón de él, aún está el espíritu de volver a conquistarla como mujer y en el de ella está el alivio de saber que sólo una amistad la aleja del dolor de amar a ese hombre como lo hace.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2005
 
 
 
 
 
 

jueves, 4 de octubre de 2012

 ¿Escuchas ya mi nombre llamándote en la noche?
 El canto de tus ojos.
 La lluvia de tus ojos.
 La bruma de tus ojos.
 El pueblo de tus ojos mezclándose a mi sangre.
 Los ojos de tus ojos metiéndose en mis ojos.
 Después, sucede siempre: sobran las palabras.
 
Atilio Jorge Castelpoggi (1919 - 2001).