Sentada en esa plaza, aquella mujer de piel
trigueña, cabellos castaños, ojos café y rasgos marcados, de figura esbelta, y
curvas que invitan al placer. Debatía en su interior - cual filósofo griego- entre
lo APOLÍNEO Y lo DIONISÍACO. Lo apolíneo la centraba en su deber de esposa ante
este hermosa escultura de hielo ( pero uno que nunca sucumbe al calor humano)
al que había elegido como esposo pues cuadraba exactamente en la virtudes que
se le asignan a un hombre para tales fines. Pero en las noches en que lo
DIONISÍACO le colmaba su ser, y su mujer ardía por sentir, ella sólo se
conformaba con abrazos fraternales.
Pero ése día Nietzsche había hecho nido en su
pensamiento, y sin dudas supo que lo DIONISÍACO
no es oscuro, sino apenas el atisbo claro de lo que implica sentirse
mujer, y como tal vibrar. La voces apolíneas de sus mandatos le golpeaban en su
rostro cual brisa que nos acaricia. Pero el crepitar de las entrañas poco lugar
le daban a esos reclamos morales. Su mente fue acallada por el palpitar de ese corazón, la
sensibilidad de su piel, esa sangre que la recorría que ese día parecía
quemarla por dentro. Aunque quien la viera
caminar en esa mañana no notara más que una señora elegante que camina
ensimismada, seguramente reflexionando sobre el libro que lleva en su
mano una obra NIETZSCHE, titulada "La crítica más radical a los valores y a la moral de la cultura
occidental". Atrás quedaron las entrevista de esa mañana en su oficina, sus dos
niños en el colegio, su esposo en su estudio de abogados de reconocido
prestigio, su madre en el primer asiento de la iglesia, y ahora ella sólo
camina a encontrarse con su instinto, con su oxígeno clamando por llegar a lo
más recóndito de su ser, y al sentir (ése al que había renunciado el mismo día que dijo: sí acepto)
Lleva su cartera, su libro y camina lento como
si el tiempo la esperara a la vuelta de la esquina. Pero no es el tiempo quien
la aguarda, es él y desde hace más de media
hora. Sube a su auto y recorren esas cuadras de la plaza al hotel, con su mano
izquierda debajo de la mano derecha de él, y en cada semáforo los besos se
escapan de ellos y se funden.
Pues ella a decidido dejar atrás lo apolíneo
-aunque más no sea por unos instantes- y entregarse a los brazos
DIONISÍACOS de la verdad absoluta(según
Nietzsche), del ejercer de MUJER.