Tú dulzura escondida, tras tu estructura de erudito.
Con tu voz acompasada y tu pequeños ojitos,
Con ese temor a vaya saber qué,
Con la ilusión de volver a ver el sol.
Con tus comidas sencillas, y tus café de los bares,
Y tus cenas en lo de tu amigo, el conocido Casares.
Tus chistes de niño genio, que a Silvia enervaban,
Y tus charlas en la sala con tu amigo del alma.
Tus caramelos antes de dormir,
Y tus charlas con tu madre muerta,
Por qué guardabas tu sufrir,
Por qué siempre le abrías la puerta.
Tu cobardía de no pelear por el lugar de tu descanso,
Y esa mujer que por poder, se hizo dueña de tu espanto.
Si al menos una vez hubieras gritado,
Hoy estarías aquí,
Y yo, te estaría visitando....
Mercedes Raquel Enrique. 2.005.-
lunes, 5 de julio de 2010
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