Nada sabe del mundo de hoy tan ni siquiera lo sueña, sólo ve a su compañero partir hacia el río para buscar el alimento que los sostendrá durante el tiempo en que la tierra se llena de esa agua dura y blanca, que todo lo cubre, que deja sin verdes, sin colores, que todo lo vuelve gris, marrón, y blanco…
Tomaran las pieles de esos animales que han cazado ya hace un tiempo y que han dejado secar al sol, para guardarlas en la cueva, y las cuidarán, ya que nada los abrigará mejor.
El sol se ha vuelto más tibio y sabe que esa tibieza deberá guardarla en los huesos hasta que el sol luego de partir, vuelva con más fuerzas aún para iluminar sus existencias…
Mientras piensa se distrae y deja caer el cántaro que contiene el agua que les da saciedad a su sed durante el día, el charco deja reflejar su rostro allí se ve con el pelo enmarañado y sin mucha expresión en el rostro pero sabe quién es, se reconoce en el reflejo.
La tarde se sucede sin muchos sobresaltos, hasta que llega el hermano de su compañero, trae un palo, y en la parte alta ella sólo ve un rojo violeta al que en ocasiones parece desprenderse del palo como vetas de sol que se han pegado a él… él intenta que ella sostenga el palo pero ésta se asusta y corre hacia su compañero, éste toma el palo y su hermano comienza a amontonar leños en el centro de la cueva, deja un hueco en el centro de aquel montón y allí coloca el leño encendido, y el fuego se propaga lentamente al montón, la pareja con los ojos desorbitados observa sin poder creer que el sol les hiciera ese regalo. El hermano toma las manos de los dos y las acerca al fuego para que noten el calor, y ella con un gesto muy parecido a una sonrisa, piensa que el sol sabe del dolor en sus huesos cuando él parte y que le ha enviado este presente para que su dolor se acabe….
Mercedes Raquel Enrique
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