domingo, 29 de agosto de 2010

La mirada del ayer.




Alguien dijo alguna vez… que siempre el  tiempo pasado ha sido mejor. Acusando una falsa moral, escondiendo placeres ocultos, llamando de otro modo a las mismas cosas que juzgan y  evocando la frase, en mis tiempos eso no pasaba. Y yo, con mi ironía hecha piel, sólo me río pensando ¿realmente recordarán el pasado? No lo creo, pues de ser así seguirían siendo jóvenes y alegres, y ahora son sin más la sombra de lo que fueron, ya que miran el mundo con otra óptica  y sin la alegría de aquellos años.  Concluyo que cuando uno pierde esa alegría de vivir, comienza con esa frase hecha, de que el pasado fue mejor, viendo eso cómo una simple excusa, para no mejorar este presente, que hoy nos toca vivir, culpando al azar, que todo lo corroe y sin hacerse cargo de este presente, que con sus miedos, y costumbres así lo formaron, les guste o no el resultado.

 

Fue  así  que un día  esa mujer, se encontró con esa frase en su boca y al pronunciarla sintió vergüenza,  pues sabía que se te estaba volviendo vieja, quejosa y con las fuerzas gastadas como para intentar cambiar algo y luchó con su presente para no doblegarse.

 

Su rutina, había hecho trizas los sueños de años, y allí estaba con cincuenta y tantos, la mirada cansada, el corazón desolado y el alma que quién sabe dónde estaba.

Sus alumnos la esperaban, cada tarde y creían estar ante el ser más feliz del mundo, siempre impecable, pulcra, maquillada y con ese guiño de ojo tan particular en ella.

Pero apenas cruzaba el umbral de aquel colegio, se terminaba el encanto, tomaba su auto y manejaba hasta su casa, allí otra vez su mirada perdía el brillo. Llegaba  y, apenas trasponía la puerta, ya se escuchaba: “¡mamá!”.  La dejaba sorda “¡mamá, necesito dinero para fotocopias! ¡Mamá, mañana debes ir a mi colegio sino, no entro!”  Ese era el menor seguro que otra de las suyas, mascullaba, mientras trataba de dejar sus libros sobre el escritorio, subió las escaleras y entró al cuarto del mayor,  sin cruzar otra palabra, le dijo:” ¿cuánto dinero te hace falta hijo?”  unos veinte pesos respondió él, y ella con aire de resignación sólo esbozó una “bueno toma”. Salió del cuarto, no sin antes notar que por fin había ordenado los libros y era la primera vez que no se había chocado con nada tirado en el suelo y eso le dio un embriague de felicidad. Tomó por el pasillo y llegó al cuarto del menor, suspiró profundamente, entró  y sin saludo de por medio, le dijo: “qué has hecho ahora” Y él, con su forma de ser tan desenfadada le respondió -nada ma, es la profe, de tecnología que la tiene conmigo, yo no le puse chicles mascados en su cartera, te lo juro-. Bueno, mañana voy le dijo ella y salió del cuarto. Fue al suyo, se quitó su ropa, se dio una ducha, se puso sus pantuflas,  un jeans viejo, una  remera blanca y bajó para poder cocinar.

 

La cena fue callada como siempre, por instantes se interrumpía por un me alcanzas esto o aquello y nada más. Sus hijos se fueron a dormir, ella terminó de ordenar y limpiar. Pero  antes de emprender el descanso, tomó el teléfono para llamar a su ex esposo  y  pedirle que asista a la reunión con el director al otro día,  sabía que debía soportar la voz chillona de la nueva esposa de su ex, juntó fuerzas y habló, ella le dio con él, un ejecutivo de marketing de una multinacional  muy bien posicionada en el mercado, que vivía para su trabajo y ahora para su muñeca de plástico y siliconas, que adquirió en un viaje de negocios.

El se excusó, por no poder ir, y ella le suplicó que fuera, ya que  la psicóloga se lo había dicho mil veces, el problema de conducta del menor era resultado de la falta de papá  y si él no se esforzaba por estar, esto no tendría vuelta atrás. Palabras cruzadas, él dijo que vería.

 

La mañana era fría, el invierno se había empeñado en hacerse notar ese día. Todos corriendo en la casa para llegar a tiempo a sus tareas, tazas que se tomaban a carrera, una tostada que se masticaba en dos veces y un jugo que se engullían sin más... Subieron al auto, ella dejó al mayor en la facultad, y llevó al menor al colegio secundario, fueron directo a la dirección en donde  los esperaba el director con cara de circunstancia, entró ella y el chico quedó sentado en el sillón de madera color caoba oscura, que debe haber llegado al colegio cuando hace cien años esta institución se había inaugurado, ubicado al lado de la puerta, allí esperaría  del dictamen.  El Señor director expuso- ¡esto ya no va más!,  el chico no cambia y  la profesora de tecnología no quiere más problemas, que le había arruinado sus papeles, carteras  y documentos que estaban dentro de la misma, colocando millares de chicles mascados, que eso no era un chiste.

Bien dijo ella: ¿y quien vio que él fue? Señora - quién más podría ser, todos sabemos de los serios trastornos que su divorcio le trajo a su hijo. Nosotros, hemos hecho todo lo posible por resolver el problema pero usted, no ha logrado mucho-. En eso irrumpió el padre del chico, con su sonrisa radiante ¡buenos días señor Dunoff!, ¿Cómo está? Muy bien señor Dicovsky, disculpe que lo molestemos así,  lo hablaba con la madre del chico, si ella no resuelve esta situación, nos veremos en la obligación de expulsarlo del colegio, sabemos que usted no puede estar en todos lados, con su vida tan ocupada, así que esperamos que su ex-esposa resuelva esto, sonrisas mediante. La mujer creyó que mataría a alguien, ahora resultó que era ella  la responsable, ella que  vivía para su casa y sus hijos, cubriendo los vacíos que su  marido nunca pudo cubrir, encima era la responsable, porque su esposo, los dejó por una niña siliconada (que tenía menos cerebro que un mosquito y  la misma edad que su hijo mayor) simplemente por no poder superar, el tan conocido viejazo.

Se quedo callada  y cuando ambos caballeros dejaron de alabarse mutuamente, irrumpió en la charla, pidiendo el traslado inmediato para su hijo, ante los ojos desorbitados de ambos caballeros, -Será mejor para todos, ya pido el traslado- Pero señora, señora, replicó el director, ella le respondió, -¡ nada, lo saco de este colegio ahora mismo!-

Dio un portazo y se llevó a su hijo en un abrazo protector, y el chico le dijo: Mamá qué pasó, nada mi amor, nada… he pensado que deberías ir  a un colegio donde seas feliz. El niño sintió que por fin se terminaría su calvario.

Al otro día él comenzó en el colegio, al cual iba su amigo  más querido, el de toda la vida, un simple colegio del estado. Y sus días fueron felices, realmente, allí nadie lo conocía, sólo su amigo, nadie lo marcaría como el hijo de  los divorciados, el hijo problema, de un señor adinerado y de una madre con poco carácter.

A su ex únicamente lo veía en tribunales, para los pagos de las mensualidades, y casi no cruzaban palabra, pues él no soportaba que su hijo acudiera a un colegio del estado y ella disfrutaba, pues allí, no tenía  el poder  para humillarlos en público como a él le gustaba hacerlo y como lo hacía en el otro colegio, donde eran la ex, y el hijo del señor Dicovsky, precio caro el que pagaban.

 

Nada fue igual, ellos empezaron a ser una familia, sin la sombra de ningún personaje que los opacara, a conversar después de sus jornadas, a llevar la tranquilidad de ser ellos los tres una familia completa,  y ella siguió dando clases, ahora más horas, para ganar algo más de  dinero, y ayudando a sus hijos en sus diferentes tareas. El menor no presentó ningún problema de conducta, pasó el año sin mayores dificultades y el mayor paso todas las materias de su carrera de arquitectura y hasta se puso de novio con una compañera de la facultad, con quien estudiaban tardes enteras en la sala de la casa. La hacía feliz ver cómo esa parejita  se forjaba un futuro estudiando juntos cada día. Con el correr del tiempo hasta su ex cambió. De vez en cuando visitaba a sus hijos. Cuando eso ocurría, ella se iba a tomar un café con una amiga, así sus hijos podían estar unas horas con su padre, ya que  ninguno de ellos soportaba visitarlo en la casa de él, con la presencia invasora siempre de su esposa que no los dejaba hablar ni un segundo a solas. Y en algunas oportunidades salían a cenar o disfrutaban  de un almuerzo con él y charlaban de cosas que nunca antes habían charlado.

Qué bien la hacía sentir ver a sus hijos felices, con su autoestima recuperada y las ganas de vivir de antes, pues ellos habían sentido más el abandono que ella.

Y le encantaba escuchar desde su cuarto cuando llegaban los tres a su casa después de una cena que  habían compartido y cómo se despedían entre chistes y risas. Allí se dormía con una sonrisa, pues su casa seguía en orden.
 

 Y el brillo en su mirada se hizo permanente, no sólo cuando entraba a ese colegio sencillo que estaba en el centro de la ciudad, y que le había devuelto la confianza en ella misma. Ahora ese brillo le pertenecía todo el tiempo, pues se sentía feliz en todos los órdenes de la vida.  Su familia seguía unida, sus hijos eran felices, ella tenía su lugar, un lugar que le pertenecía y nada ni nadie podía robárselo. Comprendió que todo tiempo futuro puede ser mejor. Sintiéndose digna de esa vida que ahora era de ella, jamás volvió a sentir vergüenza de sus pensamientos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -

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