Era un viaje para mi interminable, pero para el tiempo eran apenas cuatro
horas. Cuatro horas que separaba a Rosario, la ciudad que yo amaba, amo y
amaré, de la ciudad que me vio nacer, Victoria. Es una ciudad pequeña, con
costumbre de pueblo en donde todos se saludan, y donde todos son bienvenidos,
pero nunca fue mi caso... Nunca me sentí de allí, y solo quería volver a mi
casa, a Rosario, donde siempre sentí que era mi lugar... segura, donde el aire
con perfume a café te abraza con un abrazo tibio de café caliente... Cosas de
chicos, diría mi mamá... El viaje era lindo, y mi papá nos compraba unos sándwichs
de jamón y queso, que eran especiales, pues tenían un gustito especial, el de
la aventura del viaje en lancha.
Llegábamos a la estación fluvial de Victoria, Entre Ríos y allí tomábamos
el taxi de don Tito, quien siempre se admiraba de lo lindas que estábamos tanto
mi hermana mayor como yo.
Luego nos llevaba a la estación de ómnibus, y allí tomábamos un autobús
al campo de mi abuela paterna, Felipa. Junto a ella vivían mis tíos con sus
respectivas familias, en tres casas muy cercanas una de la otra. Aún escucho
las críticas a nuestra forma de hablar, a lo rosarino, nunca lo entendí y aún
hoy no las entiendo. Pero lo que sí sé, es que con mi hermana disfrutábamos de
caminar por el campo y de andar a caballo (mi tío Ramón nos preparaba todo para
la ocasión). De escuchar ese cantito en el hablar que es muy particular del
lugar. Mi abuela era un personaje admirable, de férreos valores religiosos. Fuerte
y resuelta que había criado a sus hijos con lo justo pero sin que les faltase
nada, incluso el ejemplo de hacer todo por sus medios. Ahí había que comer lo
que se servía, pero con mi hermana y conmigo hacían excepciones, pues la leche
de vaca nos resultaba fuerte, y a mí el olor de los huevos, me daba cosita. Los
pasteles de la abuela tenían el tamaño adecuado para comer uno y no tener
apetito en todo el día.
El poder disfrutar de los paseos a caballo es lo único que me conecta con
el campo, esos paseos me hacían soñar con que mi papá era el príncipe que me
rescataba en su caballo... quién sabe, de qué tragedia. Era algo hermoso y fue
el primer contacto con mi príncipe azul. Ese que siempre llega en el momento
preciso a salvar a su doncella...
Con
el correr de los años mi príncipe fue perdiendo notoriedad y se convirtió en un
simple hombre que supo escucharme cuando no hay oídos prestos, abrazarme cuando
todo es un traspié, darme el empuje cuando quiero abandonar mi lucha, y hacer
que sienta lo especial que soy, por el simple hecho de que soy única, tal y
como lo somos todos y cada uno de los individuos que habitan esta tierra. De
sostener mi mano cuando ya no hay fuerzas para levantarla. Y puede acariciar mi
alma cuando ésta sufre, por la vida misma.
Y ya mi príncipe no tiene caballo, ni es un súper héroe, tan solo es un
ser humano con más defectos que virtudes, pero con la mayor virtud que un ser
puede tener, que es el de encantar a mi alma, hacerla vivir y vibrar... No me
rescata de momentos límites, me rescata de mis propios límites, como ser
humano, como mujer, como amante, como amiga, como colega, como cómplice.
Nada podrá robarme el sueño de mi príncipe... Así como nadie podrá
robárselo a cada mujer que quiera sentir que es mujer, y que merece tener a su
lado al mejor hombre, amigo, amante, ser humano... Nada fácil esa tarea, pero
nosotras mismas sabemos qué es lo mejor para nosotras. Ninguna mujer es igual a
otra, así como nadie es igual a nadie, pero sí sabemos que hay alguien que es
lo mejor para uno.
El
príncipe azul ya no tiene que ver con la realeza y sí con la realidad de
sentirse amada, no tiene que ver con el glamour de un caballo blanco, y sí con
la fuerza de sostenernos en el camino recorrido. De hablar el mismo idioma, de
sonreír ante los mismos estímulos. De sentir que pase lo que pase ése ser
estará a tu lado eternamente... No de sentir que no puedo vivir sin él. Al
contrario, saber que puedo vivir sin él, pero que decido estar a su lado porque
simplemente lo amo... que no necesito estar a su lado, pero que decido estarlo.
Para seguir soñando con mí príncipe azul, quien me rescata de mi misma, de mis
límites, mis miedos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -