sábado, 29 de septiembre de 2012

TODA UNA VIDA.

 

La esperanza tiene sus facetas, para algunos demasiadas para ser vista de una sola vez, para otros no tiene facetas, sólo fases que discurren entre el éxito, la suerte y hasta la fe.  La lógica nos empuja a tenerla,  a sostenerla por sobre todo y ante todo, valiéndonos de lo impensable, por retenerla, no perderla, no dejarla, no abandonarla... Pero cual amante desamorada, que nos abandona en el mejor de los momentos, sin explicarnos ni siquiera la razón, un día te despiertas y ella no está a tu lado, no sostiene tu mano, no te impulsa a soñar, no enjuaga tus lágrimas, no endulza tu alma, no recoge tus lamentos, no  aprisiona tu ira, no aclara tus pensamiento y mucho menos los infunde. Y ahí estas sólo y sin esperanzas...

 Sí, así me sentí ese día, así me sentí cuando vi que todo estaba perdido... Todo lo que año tras año había logrado, o creí lograr... Hoy sólo Dios lo sabe...

Ese maldito cartero, aún siento ira por el pobre hombre... y la cara inocente de mi esposa recibiéndolo con una sonrisa, y ese sobre de papel madera entre sus manos, que muy suavemente fue abriendo y a medida que leía esas cartas... eran muchas, sus lágrimas afloraban una a una.  Y yo, que con cautela la observaba detrás de aquella ventana.  No dije una sola palabra y seguí mi día como si nada.

Al mediodía la cocinera anunció que la mesa estaría servida en treinta minutos, me dirigí muy tranquilamente, tratando de demorar lo más posible, esperando así alargar el tiempo y no enfrentar su mirada... crucé la puerta del comedor con una sonrisa, mis hijos me devolvieron otras y ella sólo me miro con la mirada más triste que le he observado y  eso que ella no suele ser tan demostrativa en sus emociones, por el contrario, con el correr de los años, se me ha hecho casi imposible saber qué siente... El almuerzo fue en paz, nada parecía ocurrir. Me levanté de la mesa, fui a mi escritorio y traté de comunicarme mediante el correo electrónico con ella y decirle que la amenaza de su esposo había sido cumplida. Que mi esposa sabía lo nuestro y que mi vida estaba perdida, pero no pude, sabía que el dolor de ella sería mayor al mío, pues ella sólo quiso cuidarme siempre y hasta me advirtió de lo que podía pasar... Y mi descuido hizo que mi esposa recibiera el correo... Cómo explicarle que amaba a esa mujer más que a mi vida, pero que nada en mi familia cambiaría por eso, que mi familia seguiría intacta, que ese amor,  era el más puro que tuve, que  únicamente nuestras almas habían hecho el mayor de los contactos. Pero que era un amor tan puro, que no quería lastimar a nadie... ¿Mi esposa lo entendería? –No creo- y al final me comuniqué con mi amor, el dolor nos cegó la charla, ella no podía creer que todo esto nos pasara, y al final decidimos no escribirnos más, y no vernos más, por nuestras familias... Cuánto dolor, cuántas lágrimas, cuántas palabras apretadas por decir no, no puedo vivir sin vos, pero era tan grande nuestro amor, que nos olvidamos de él para seguir nuestras vidas.

Ese fue nuestro último contacto, y aún duele.

Mi esposa jamás me preguntó nada  y nuestra vida siguió como si nada, pero ella cambió mucho, trató de estar más a mi lado, compartir cosas que hacía años no compartía, era como si su romanticismo dormido, se hubiera despertado... Quizá el amor que vio en esas cartas que nos escribimos con mi amor, la hizo reflexionar sobre su actitud frente  a la vida, ella nunca pudo compartir ni noches de luna, ni amaneceres,  ni caminatas bajo la lluvia... todo por lo que me enamoré de aquella mujer con quien nos escribimos los  poemas más sentidos, esa mujer que me devolvió las ganas de soñar con tantas cosas que creí perdidas hacía tiempo, y que ella con su dulzura y su simpleza me devolvieron, y ese día que aceptó, no volver a vernos,  supe en realidad que me amaba, pues al renunciar a nuestro amor, me dijo te amo una vez más y aún lo siento así, aún siento que su amor fue, es y será el más puro que he tenido en la vida, tan puro que renunció a él por nuestras respectivas familias, pero sobre todo porque sabía que no podría vivir sin mis hijos y ella sin los de ella.

 

Ambos sabíamos que  este amor duraría para siempre, siempre y cuando no pusiera en juego nuestras obligaciones, y apenas las puso desistimos de él, pues ninguno sería feliz, haciéndole daño a alguien, no fue esa nuestra meta.

 

Hoy supe de ella, y dio un salto mi corazón, publicó su tan soñado libro, ese en el que mucha poesía las inspiró nuestro dulce amor, y me dio tanta felicidad, y me dije: qué bueno princesa, al fin... ¡lo lograste! Y recordé, sus ojos brillantes y oscuros, sus sutiles movimientos femeninos, su figura de guitarra española, esas manos  pequeñas y cuidadas, su sonrisa, su voz tan sensual, su cabello suave y  lacio... recordé cada uno de los detalles de su ser, esos que hicieron que mi corazón galopara cada vez que la atisbó mi ser o que sólo  la pensé. Ella era una mujer admirable, bella e inteligente, una combinación explosiva y pocas veces vista, y con un alma tan sensible como la mía. A ella le debo el soñar, de nuevo con cada cosa romántica que existe sobre la tierra, su poesía me llenó de ilusiones, he hizo que mi mente volara a los lugares más  bellos y recónditos. Cuánto te amo aún, mi pequeña, mi poetiza soñadora, eso ni yo mismo podría saberlo.

Pero hoy supe de ti, en la foto estabas junto a ellos, el aún es tu dueño, y tu mirada aún guarda dolor, detrás de ese brillo increíble.  ¡Qué bella estás amor!  ¡Que bella!

Me pregunto: ¿Me amarás aún?  ¿Estaré en tus recuerdos, como tú estás en los míos?

Y lo peor, es que sé que si, pues aún te intuyo y te siento como en aquellos días, donde nuestras almas todo lo sabían, hasta nuestros silencios eran escuchados por el otro, o adivinados por el alma. Y sé que aún tu almita me ama, tanto como mi alma te ama a ti y  lo hará por siempre... Cómo puede Dios crear dos almas que compartan tanto, y que nunca podrán estar juntas, es injusto Dios, muy injusto. Pero no puedo hacer nada por cambiarlo, o mejor dicho no quise hacer nada por cambiarlo,  preferí la comodidad de esta vida de insensible. A enfrentar al mundo por mi amor, ése que me dio ganas de volver a soñar, a sentir y pensar que el amor era posible,

Qué cobarde he sido, pero ahora es tarde y ya estoy vencido.  Creo que perdí la esencia de  haber vivido.  Suplante el amor, por lo conseguido, y aún añoro esos abrazos, y esos ojos con brillo. Aún pienso en que sería de mí,  si aún pudiera tener su figura en mis brazos, sus ojos perdidos en los míos, y su boca devolviéndome una sonrisa... esa sonrisa por la que hubiera dado mi vida, mi alma, mi ser... pero no lo hice...  Y ella tampoco lo hizo,  se conformo al igual que yo con saber simplemente que el amor existe, más allá de todo y de todos, existe.

Podrá haber dolor, llanto, desamor, angustia, soledades, noches sin lunas, pero nunca dejará de palpitar el amor que un día nuestras almas han sentido, ese amor tan puro que no se puede describir, que nadie conoce, que nadie a soñado si quiera, hay almas que Dios crea a su imagen y semejanza, y un día por un accidente de la vida, se encuentran, pero sin más pueden admirarse y contemplarse a modo de oasis en el desierto, para poder tomar fuerzas y seguir con el destino elegido. Sin alterar nada, sólo reafirmando la idea de lo hermoso que es vivir, por el sublime hecho de que un día sentimos el amor más puro y simple de esta vida, un amor halado, y no,  uno terrenal como  el que el mundo ha vivido...

Un día ella me escribió en una de sus cartas, - siempre creí que Dios se había olvidado de mí,  y que en esta vida me privaría del amor, pero siempre guardé la esperanza, de que en mi próxima vida sí se acordaría y me daría un amor, y hoy sé que Dios no me debe nada, pues el hecho de haberte conocido, cubre su deuda de amor conmigo.

Y el día que leí eso mi corazón dio un vuelco de ternura, como alguien podía seguir viviendo, con el solo pensamiento, de que en otra vida sería feliz, se puede dar tanto...

No,  sé que nadie puede dar tanto en pos de un ideal, pero ella lo hizo, al igual que yo, dimos nuestras vidas y nuestra felicidad en pos de las obligaciones que habíamos contraído. Teníamos tan arraigado el hecho de cumplir, que no supimos hacer más que lo que debíamos. El deber ser  e  hicimos lo que debíamos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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