Sin dudas el amor no tiene una explicación, y uno no tiene porqué buscarsela.
martes, 9 de octubre de 2012
sábado, 6 de octubre de 2012
EL INFAME.
Todo orquestado ya y a punto de comenzar el día. Se levanta cual
un rayo, entre su ducha y sus mates, enciende el cigarrillo... Descalzo, se
dirige a su escritorio, enciende su computadora y comienza su labor. Debe resolver lo de las
inversiones, si viajará o no a ver a su amante, si firmará el contrato para su
nuevo libro o si, simplemente, se divertirá a la pesca de alguna ingenua
visitadora de chats.
El mail es concreto: no te veré más, estar a
tu lado sólo me ha traído dolor y más desamparo del que tenía antes, gracias
por todo. Pero este es mí adiós. De pronto su cara tan cruda y fría, se
desencaja y su mirada de seguridad imperante, se borra, queda sólo la mirada
extraviada de un hombre que acaba de perderlo todo. Camina de un lado al otro
de la sala, sin encontrar respuestas, eso no puede ser. Cómo puede perderla, cómo si ella lo ama.
Él sabe de las noches en velas de ella, a la espera de su amor, esto es un mal
sueño, esto no puede estar pasándole a él. Él las dejaba, no ellas a él. Ese lugar
nunca fue suyo, como es posible, sentir tal desazón. El corazón se le sale del
pecho de dolor, de desconsuelo... ¿Qué hará ahora?
El día transcurre entre el ajetreo de las
inversiones, el trabajo rural, su libro, su deberes maritales, y de padre... y
el dolor de un amante lacerado.
Llega la noche, tan clara y brillante que parece burlarse de
él. Toma coraje y marca su número. Ella lo atiende y le dice: ya es tarde para
hablar, el tiempo lo esfumó todo, la
espera se acabó, ya no más mentiras, sigue tu vida, ya encontrarás otra ingenua
con quien pasarla bien. El nudo en su garganta sólo le permite decir, es verdad
siempre fue así, pero a ti te amo, te amo de verdad, maldita seas. Y cortó. Ella
quedo con el tubo de teléfono en la mano y no comprendió nada, cómo él que
hace más de cinco meses que no me ve, puede decirme que me ama... es un necio.
Colgó el tubo y se acostó a dormir, más tranquila que nunca en muchos meses.
Sabiendo que su dolor se había terminado. Y que de ahora en más, no esperará a
nadie en esta vida. Continúa su vida de
esposa, madre, y su profesión con más fuerzas que nunca. Guardando el gran amor
de su vida, en el rincón más profundo de su alma.
Él en cambio comienza el tormentoso camino de saber que ama a esa
mujer más que a nada en la tierra y que
es muy poco lo que puede hacer para recuperarla. Además están sus hijos, su
esposa, sus obligaciones. Cómo hará para
recuperar el amor, que hizo durante
estos cinco últimos años que todo
pudiera seguir.
La mañana lo encuentra junto a la noche y con
sus ojos verdes claros clavados en el techo, mirando sin ver el giro de aquel
ventilador de madera caoba oscura y en su mano el cigarrillo número un millón,
ya que fueron muchos los de la noche. Sin dudarlo se levanta (como siempre a las
cinco de la mañana) y organiza el viaje a Buenos Aires. Ya le inventará alguna
excusa a su esposa, sólo debe juntar coraje para ir y enfrentar a esa mujer de
una vez y mirándola a los ojos decirle que la ama cada día más, que sin ella su vida ya no tiene más luz, que ella es quien ilumina todo, con sus sonrisas, con sus
cuidados desde la distancia, con sus te amo de cada mañana en el e-mail. Es ella
la musa inspiradora de sus libros. Y lo
hace. Viaja raudamente desde su estancia hasta los ciento setenta kilómetros,
que lo separan de Buenos Aires... El viaje le parece más largo que nunca y sus
cigarrillos no dejan de encenderse en todo el trayecto... Llega se hospeda
donde siempre... Y la llama, concierta una cita a la cual ella asiste...
La espera en el bar de siempre, mirando cada ser parecido a ella, con el
corazón que se le escapaba por la boca, debido a su ansiedad. Hasta que por fin
cruza la puerta, está bellísima, con un vestido que resaltaba su figura y con
el pelo más brillante que nunca. Su rostro luce perfecto, aunque su mirada se
esconde tras los anteojos de sol...
Toma asiento, lo saluda con un:- disculpa la
demora, el transito está infernal... El intenta tomarle la mano cuando ella las
apoya sobre la mesa (luego de dejar sobre el respaldo de una silla la cartera)
pero ella de inmediato la retira y el dolor le cruza el corazón… Y él enseguida le dijo: qué te pasó princesa, Por
qué tomas esta decisión
Se
quito los lentes y con una mirada roja, por el llanto, le dice: No puedo más, el
dolor me ganó, no puedo esperarte toda la vida, no soporto pensar que cada vez
que atiendo el teléfono al fin escucharé tu voz, o cuando abra el MSN allí
estarás... No puedo, debo dejarte ir para poder vivir. Podemos ser amigos, encontrarnos cuando
quieras tomar un café y charlar, pero esta pareja no va más. El respira y le
dice que le dé una sola oportunidad para poder arreglar esto, que él se ocupará de estar presente en su vida, que
dejará su egocentrismo de lado y dejará de intentar conquistar a todo lo que se
parezca a una mujer... Ella lo deja terminar, y le dice: sólo puedo ser tu
amiga o nada de ahora en adelante, piénsalo, ahora debo irme, toma su cartera,
deja el dinero para pagar el café que toma durante la charla y se va. Él se
queda perplejo y no puede reaccionar... Termina su jugo, y se dirige a
su apart hotel, se acuesta y piensa mucho... por la noche la llama y acepta su
propuesta, el sólo hecho de volverla a ver, hace que desista de conquistarla nuevamente
como mujer. Ella toma con alegría su decisión
y cada vez que ahora se encuentran lo hacen en el bar de siempre, ella le lleva un regalo, él
otro, comparten un café. Muchas veces leen libros juntos y luego charlan sobre ellos. Aunque en el
corazón de él, aún está el espíritu de volver a conquistarla como mujer y en el
de ella está el alivio de saber que sólo una amistad la aleja del dolor de amar
a ese hombre como lo hace.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2005
jueves, 4 de octubre de 2012
sábado, 29 de septiembre de 2012
MI PRÍNCIPE AZUL
Era un viaje para mi interminable, pero para el tiempo eran apenas cuatro
horas. Cuatro horas que separaba a Rosario, la ciudad que yo amaba, amo y
amaré, de la ciudad que me vio nacer, Victoria. Es una ciudad pequeña, con
costumbre de pueblo en donde todos se saludan, y donde todos son bienvenidos,
pero nunca fue mi caso... Nunca me sentí de allí, y solo quería volver a mi
casa, a Rosario, donde siempre sentí que era mi lugar... segura, donde el aire
con perfume a café te abraza con un abrazo tibio de café caliente... Cosas de
chicos, diría mi mamá... El viaje era lindo, y mi papá nos compraba unos sándwichs
de jamón y queso, que eran especiales, pues tenían un gustito especial, el de
la aventura del viaje en lancha.
Llegábamos a la estación fluvial de Victoria, Entre Ríos y allí tomábamos
el taxi de don Tito, quien siempre se admiraba de lo lindas que estábamos tanto
mi hermana mayor como yo.
Luego nos llevaba a la estación de ómnibus, y allí tomábamos un autobús
al campo de mi abuela paterna, Felipa. Junto a ella vivían mis tíos con sus
respectivas familias, en tres casas muy cercanas una de la otra. Aún escucho
las críticas a nuestra forma de hablar, a lo rosarino, nunca lo entendí y aún
hoy no las entiendo. Pero lo que sí sé, es que con mi hermana disfrutábamos de
caminar por el campo y de andar a caballo (mi tío Ramón nos preparaba todo para
la ocasión). De escuchar ese cantito en el hablar que es muy particular del
lugar. Mi abuela era un personaje admirable, de férreos valores religiosos. Fuerte
y resuelta que había criado a sus hijos con lo justo pero sin que les faltase
nada, incluso el ejemplo de hacer todo por sus medios. Ahí había que comer lo
que se servía, pero con mi hermana y conmigo hacían excepciones, pues la leche
de vaca nos resultaba fuerte, y a mí el olor de los huevos, me daba cosita. Los
pasteles de la abuela tenían el tamaño adecuado para comer uno y no tener
apetito en todo el día.
El poder disfrutar de los paseos a caballo es lo único que me conecta con
el campo, esos paseos me hacían soñar con que mi papá era el príncipe que me
rescataba en su caballo... quién sabe, de qué tragedia. Era algo hermoso y fue
el primer contacto con mi príncipe azul. Ese que siempre llega en el momento
preciso a salvar a su doncella...
Con
el correr de los años mi príncipe fue perdiendo notoriedad y se convirtió en un
simple hombre que supo escucharme cuando no hay oídos prestos, abrazarme cuando
todo es un traspié, darme el empuje cuando quiero abandonar mi lucha, y hacer
que sienta lo especial que soy, por el simple hecho de que soy única, tal y
como lo somos todos y cada uno de los individuos que habitan esta tierra. De
sostener mi mano cuando ya no hay fuerzas para levantarla. Y puede acariciar mi
alma cuando ésta sufre, por la vida misma.
Y ya mi príncipe no tiene caballo, ni es un súper héroe, tan solo es un
ser humano con más defectos que virtudes, pero con la mayor virtud que un ser
puede tener, que es el de encantar a mi alma, hacerla vivir y vibrar... No me
rescata de momentos límites, me rescata de mis propios límites, como ser
humano, como mujer, como amante, como amiga, como colega, como cómplice.
Nada podrá robarme el sueño de mi príncipe... Así como nadie podrá
robárselo a cada mujer que quiera sentir que es mujer, y que merece tener a su
lado al mejor hombre, amigo, amante, ser humano... Nada fácil esa tarea, pero
nosotras mismas sabemos qué es lo mejor para nosotras. Ninguna mujer es igual a
otra, así como nadie es igual a nadie, pero sí sabemos que hay alguien que es
lo mejor para uno.
El
príncipe azul ya no tiene que ver con la realeza y sí con la realidad de
sentirse amada, no tiene que ver con el glamour de un caballo blanco, y sí con
la fuerza de sostenernos en el camino recorrido. De hablar el mismo idioma, de
sonreír ante los mismos estímulos. De sentir que pase lo que pase ése ser
estará a tu lado eternamente... No de sentir que no puedo vivir sin él. Al
contrario, saber que puedo vivir sin él, pero que decido estar a su lado porque
simplemente lo amo... que no necesito estar a su lado, pero que decido estarlo.
Para seguir soñando con mí príncipe azul, quien me rescata de mi misma, de mis
límites, mis miedos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -
TODA UNA VIDA.
La esperanza tiene sus facetas, para algunos demasiadas para ser vista de
una sola vez, para otros no tiene facetas, sólo fases que discurren entre el
éxito, la suerte y hasta la fe. La
lógica nos empuja a tenerla, a
sostenerla por sobre todo y ante todo, valiéndonos de lo impensable, por
retenerla, no perderla, no dejarla, no abandonarla... Pero cual amante
desamorada, que nos abandona en el mejor de los momentos, sin explicarnos ni
siquiera la razón, un día te despiertas y ella no está a tu lado, no sostiene
tu mano, no te impulsa a soñar, no enjuaga tus lágrimas, no endulza tu alma, no
recoge tus lamentos, no aprisiona tu
ira, no aclara tus pensamiento y mucho menos los infunde. Y ahí estas sólo y
sin esperanzas...
Ese maldito cartero, aún siento ira por el pobre hombre... y la cara
inocente de mi esposa recibiéndolo con una sonrisa, y ese sobre de papel madera
entre sus manos, que muy suavemente fue abriendo y a medida que leía esas
cartas... eran muchas, sus lágrimas afloraban una a una. Y yo, que con cautela la observaba detrás de
aquella ventana. No dije una sola
palabra y seguí mi día como si nada.
Al mediodía la cocinera anunció que la mesa estaría servida en treinta
minutos, me dirigí muy tranquilamente, tratando de demorar lo más posible, esperando
así alargar el tiempo y no enfrentar su mirada... crucé la puerta del comedor
con una sonrisa, mis hijos me devolvieron otras y ella sólo me miro con la
mirada más triste que le he observado y eso que ella no suele ser tan demostrativa en
sus emociones, por el contrario, con el correr de los años, se me ha hecho casi
imposible saber qué siente... El almuerzo fue en paz, nada parecía ocurrir. Me
levanté de la mesa, fui a mi escritorio y traté de comunicarme mediante el
correo electrónico con ella y decirle que la amenaza de su esposo había sido
cumplida. Que mi esposa sabía lo nuestro y que mi vida estaba perdida, pero no
pude, sabía que el dolor de ella sería mayor al mío, pues ella sólo quiso
cuidarme siempre y hasta me advirtió de lo que podía pasar... Y mi descuido
hizo que mi esposa recibiera el correo... Cómo explicarle que amaba a esa mujer
más que a mi vida, pero que nada en mi familia cambiaría por eso, que mi
familia seguiría intacta, que ese amor,
era el más puro que tuve, que
únicamente nuestras almas habían hecho el mayor de los contactos. Pero
que era un amor tan puro, que no quería lastimar a nadie... ¿Mi esposa lo
entendería? –No creo- y al final me comuniqué con mi amor, el dolor nos cegó la
charla, ella no podía creer que todo esto nos pasara, y al final decidimos no
escribirnos más, y no vernos más, por nuestras familias... Cuánto dolor,
cuántas lágrimas, cuántas palabras apretadas por decir no, no puedo vivir sin
vos, pero era tan grande nuestro amor, que nos olvidamos de él para seguir
nuestras vidas.
Ese fue nuestro último contacto, y aún duele.
Mi esposa jamás me preguntó nada y
nuestra vida siguió como si nada, pero ella cambió mucho, trató de estar más a
mi lado, compartir cosas que hacía años no compartía, era como si su
romanticismo dormido, se hubiera despertado... Quizá el amor que vio en esas
cartas que nos escribimos con mi amor, la hizo reflexionar sobre su actitud
frente a la vida, ella nunca pudo
compartir ni noches de luna, ni amaneceres,
ni caminatas bajo la lluvia... todo por lo que me enamoré de aquella
mujer con quien nos escribimos los poemas
más sentidos, esa mujer que me devolvió las ganas de soñar con tantas cosas que
creí perdidas hacía tiempo, y que ella con su dulzura y su simpleza me
devolvieron, y ese día que aceptó, no volver a vernos, supe en realidad que me amaba, pues al
renunciar a nuestro amor, me dijo te amo una vez más y aún lo siento así, aún
siento que su amor fue, es y será el más puro que he tenido en la vida, tan
puro que renunció a él por nuestras respectivas familias, pero sobre todo
porque sabía que no podría vivir sin mis hijos y ella sin los de ella.
Ambos sabíamos que este amor
duraría para siempre, siempre y cuando no pusiera en juego nuestras
obligaciones, y apenas las puso desistimos de él, pues ninguno sería feliz,
haciéndole daño a alguien, no fue esa nuestra meta.
Hoy supe de ella, y dio un salto mi corazón, publicó su tan soñado libro,
ese en el que mucha poesía las inspiró nuestro dulce amor, y me dio tanta
felicidad, y me dije: qué bueno princesa, al fin... ¡lo lograste! Y recordé,
sus ojos brillantes y oscuros, sus sutiles movimientos femeninos, su figura de
guitarra española, esas manos pequeñas y
cuidadas, su sonrisa, su voz tan sensual, su cabello suave y lacio... recordé cada uno de los detalles de
su ser, esos que hicieron que mi corazón galopara cada vez que la atisbó mi ser
o que sólo la pensé. Ella era una mujer
admirable, bella e inteligente, una combinación explosiva y pocas veces vista,
y con un alma tan sensible como la mía. A ella le debo el soñar, de nuevo con
cada cosa romántica que existe sobre la tierra, su poesía me llenó de
ilusiones, he hizo que mi mente volara a los lugares más bellos y recónditos. Cuánto te amo aún, mi
pequeña, mi poetiza soñadora, eso ni yo mismo podría saberlo.
Pero hoy supe de ti, en la foto estabas junto a ellos, el aún es tu
dueño, y tu mirada aún guarda dolor, detrás de ese brillo increíble. ¡Qué bella estás amor! ¡Que bella!
Me pregunto: ¿Me amarás aún? ¿Estaré
en tus recuerdos, como tú estás en los míos?
Y lo peor, es que sé que si, pues aún te intuyo y te siento como en
aquellos días, donde nuestras almas todo lo sabían, hasta nuestros silencios
eran escuchados por el otro, o adivinados por el alma. Y sé que aún tu almita
me ama, tanto como mi alma te ama a ti y
lo hará por siempre... Cómo puede Dios crear dos almas que compartan
tanto, y que nunca podrán estar juntas, es injusto Dios, muy injusto. Pero no
puedo hacer nada por cambiarlo, o mejor dicho no quise hacer nada por
cambiarlo, preferí la comodidad de esta vida
de insensible. A enfrentar al mundo por mi amor, ése que me dio ganas de volver
a soñar, a sentir y pensar que el amor era posible,
Qué cobarde he sido, pero ahora es tarde y ya estoy vencido. Creo que perdí la esencia de haber vivido.
Suplante el amor, por lo conseguido, y aún añoro esos abrazos, y esos
ojos con brillo. Aún pienso en que sería de mí,
si aún pudiera tener su figura en mis brazos, sus ojos perdidos en los
míos, y su boca devolviéndome una sonrisa... esa sonrisa por la que hubiera
dado mi vida, mi alma, mi ser... pero no lo hice... Y ella tampoco lo hizo, se conformo al igual que yo con saber simplemente
que el amor existe, más allá de todo y de todos, existe.
Podrá haber dolor, llanto, desamor, angustia, soledades, noches sin
lunas, pero nunca dejará de palpitar el amor que un día nuestras almas han
sentido, ese amor tan puro que no se puede describir, que nadie conoce, que
nadie a soñado si quiera, hay almas que Dios crea a su imagen y semejanza, y un
día por un accidente de la vida, se encuentran, pero sin más pueden admirarse y
contemplarse a modo de oasis en el desierto, para poder tomar fuerzas y seguir
con el destino elegido. Sin alterar nada, sólo reafirmando la idea de lo hermoso
que es vivir, por el sublime hecho de que un día sentimos el amor más puro y
simple de esta vida, un amor halado, y no,
uno terrenal como el que el mundo
ha vivido...
Un día ella me escribió en una de sus cartas, - siempre creí que Dios se
había olvidado de mí, y que en esta vida
me privaría del amor, pero siempre guardé la esperanza, de que en mi próxima
vida sí se acordaría y me daría un amor, y hoy sé que Dios no me debe nada,
pues el hecho de haberte conocido, cubre su deuda de amor conmigo.
Y el día que leí eso mi corazón dio un vuelco de ternura, como alguien
podía seguir viviendo, con el solo pensamiento, de que en otra vida sería
feliz, se puede dar tanto...
No, sé que nadie puede dar tanto
en pos de un ideal, pero ella lo hizo, al igual que yo, dimos nuestras vidas y
nuestra felicidad en pos de las obligaciones que habíamos contraído. Teníamos
tan arraigado el hecho de cumplir, que no supimos hacer más que lo que
debíamos. El deber ser e hicimos lo que debíamos.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004 -
EL SABER DE SÓCRATES.
Solo sé que no sé nada y al saber que no sé nada, algo sé, que no sé nada. Parece solo una frase hecha por el azar de una palabra, pero esconde la sapiencia del que medita con el alma. Siempre creemos saberlo todo y pugnamos por devorar los conocimientos, sin entender, sin comprender, por el egocentrismo de sabernos sabios. Y en esa lucha de conocimiento e incorporación de información, se nos olvida pensar, cuestionar y discernir. Y al final no sabemos nada, pero creemos saberlo todo.
Fue así que un día mientras la distancia del sol a la tierra se achicaba, él caminaba sin más por esa calle solitaria. Y de pronto la vio pasar, con su pelo negro, más negro que la noche y con más brillo que las estrellas, con su frágil figura y un rostro angelical. Ese señor tan ocupado, dedico un minuto de su tiempo a observar a esa joven solitaria y común. Él tenía todo y sabía todo, pero no pudo dejar de mirar a esa simple joven, y mientras ella se alejaba por aquel boulevard. Él sintió que su corazón se escapaba tras ella. Y ningún conocimiento le sirvió para mitigar la pena de perderla.
Intento alcanzarla y al hacerlo la tomó de un brazo y le pidió: “solo un café”, ella lo miró y sus ojos iluminaron los de él, ella le dijo: “que tenía que entrar a trabajar que otro día con gusto”, le dio un número de teléfono y se fue ante el estupor del caballero.
El correr de la bolsa y los movimientos financieros, lo mantuvieron ocupado, pero no lo suficiente como para olvidar a la joven. Que atardeceres antes le había robado el alma. Temía llamarla y que otra vez ella se excusara. Pero junto fuerzas y la llamó, sus bronceados y delgado dedos, marcaron ése número. Concertaron la cita para un día de la próxima semana. Así comenzó esa amistad que poco a poco fue tornándose Amor. Tenían dos mundos muy diferentes. Ella disfrutaba de la sencillez de su trabajo de pedagoga, en un orfanato que quedaba en los suburbios de la cuidad. Donde era el tesoro mejor guardado, llenaba de luz el lugar, los niños estaban contenidos por su amor, y su empeño en ayudarlos a superar el abandono. Ese mismo que ella había sufrido hace treinta y tantos años. Desde pequeña se juró que si a solo un niño le podía sacar ese sentimiento tan cruel de ser abandonado, su tarea en esta tierra estaría cumplida. Y Así lo hizo. Ese era su mundo, su vida, darles el amor y la confianza debida en ellos mismos, para que el día de mañana no arrastraran su historia. Vivía sola en un departamento de un ambiente que alquilaba, y estaba ya cansada de pelear con el dueño por la humedad del techo, y por lo alto de las expensas, pero aun así era feliz, y disfrutaba de su pequeño lugar. Ese era su refugio, abarrotado de libros que caían de la biblioteca, una mesa pequeña, cuatro sillas, un sillón mecedor al lado de la ventana el cual estaba lleno de almohadones, una cama antigua, un equipo de música, un televisor, un escritorio con su computadora y un cuadro de Claude Monet, el impresionismo siempre le gusto, quizá porque siempre quiso ver luz, y el hecho de que el negro desapareciera, le iluminaba el alma, el romanticismo de ese paisaje la hacía soñar. Él en cambio vivía en la parte residencial de ciudad, en una mansión, con un mayordomo inglés, un séquito de mucamas y colaboradores, un perro al que adoraba y su colección de oleos y autos antiguos. Su biblioteca era más grande que todo el departamento de ella. Era un hombre elegante, delgado, con un bronceado Caribe todo el año, sus trajes Dior impecables, un sutil perfume francés (el mismo de toda su vida adulta) un acento inglés muy cautivador, y con los movimientos más gráciles que le aprecie a un hombre, con su rutina nocturna del coñac añejo en su copa favorita, su habano, y su libro, en un rincón de su escritorio, debajo de aquella hermosa lámpara antigua, y sobre su sillón de terciopelo azul. Sabía que aquel viejo mayordomo esperaba que él durmiera, para recién acudir a sus aposentos, y disfrutaba de ese poder, lo hacía sentir, el dueño de esa vida, y de todas las que dependían de él. Y sonrisa mediante, se conformaba con solo mover un dedo y que todo estuviese en su lugar en ese preciso momento. Se sentía el dueño no solo de la mansión, si no de cuanta alma viviera allí, y ese era su mayor tesoro. Dueño de todo el poder en su mansión, jamás se sintió tan cómodo como ella en su pequeño lugar.
Era de noche, una muy especial y estrellada, con brisa suave, ideal para dar comienzo a una bella historia de amor, pero su egoísmo lo traicionó, al pedirle a ella que dejara de trabajar en ese orfanato y que se casara con él, que le daría todo, y ella le dijo que no, que ya tenía todo lo que había soñado, un lugar en el mundo, y no se lo regalaría ni a su amor... El no comprendió que a veces el dinero no cubre las necesidades del alma, ni espacios, ni suplanta otros. Y al pedirle todo, se quedo sin nada. Ella lo amaba pero no renunciaría a ella por ese amor, ella lo amaba a él y no a la comodidad de su dinero. Y no pretendía casarse con él y simplemente dejar de vivir, y de trabajar en lo que tanto amaba, sus niños. Y él no podía soportar que su esposa trabajara en un suburbio, tratando a niños de clases bajas, sería un agravio para él y su status. Como explicaba a su círculo que su esposa trabajaba en ese lugar era imposible. Cuando acudieran a un cóctel y alguien preguntara: ¿a qué te dedicas? Y ella respondiera, sería un hazme reír de sus amigos, nadie aceptaría tal situación. De pronto en su mente apareció el murmullo de los presentes hablando, de su esposa, y ese solo pensamiento lo apabulló.
La joven comprendió que el amaba su status, su medio, y prefirió marcharse.
Y él comprendió que no sabía nada, que nada había aprendido hasta ese día, en que su egoísmo lo venció, y venció a su amor. Y recordó a Sócrates, y en sus oídos retumbaba la frase “no sé nada”, nada de la vida, se repetía una y otra vez. Solo sé que no sé nada, y al saber que no sé nada, algo sé, que no sé nada, él en cambio siempre se creyó un sabio, siempre con la propuesta irrefutable. Mi inteligencia no me ha servido, se reprochaba, para encumbrar mi vida al lado de la de mi amor, lo he perdido, simplemente por analizar a mi relación como una inversión en la bolsa, pones tiempo y dinero allí, cubres tales necesidades y recuperas tus ganancias aquí. Me olvidé que no era un número, era mi amor, un ser humano, con proyectos, sentimiento, objetivos y que no debían ser bajo ningún concepto, iguales a los míos.
Ella siguió su vida feliz junto a sus niños, suspirando por aquel amor. Sin reprocharse nada.
Y él se propuso aprender a vivir, y aun lo intenta. Cosa que no creo que logre, pues su pequeño ser no puede con los mandatos de su sociedad.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004-
viernes, 28 de septiembre de 2012
LA OSCURIDAD DE WILLIAM
Sentado en el sombrío
cuarto, cuando se tornaba solitario en ése, su refugio… el encanto aparecía, el
sol que con apenas luces en hilos entraba, lo trasladaba a alguna otra dimensión, una donde toda reflexión se sumía a la locura,
creando así ése su misterio más grande, el que William guardaba. Nada se sabe
de su recluida vida, pero su cuarto, él sí lo sabía, allí tras su puerta la
dimensión de los exotérico y esotérico se apoderaban de él, y sus obras se
trazaban a carrera. Nadie supo de sus intimidades.
Sólo ella lo
descubrió, al morir éste su admirado poeta, entró y al cerrar la puerta, la
oscuridad se convirtió en albor, ése que la llevo a sentir cada personaje, su
duda, su vacilación, la visión del Creador contra el hombre, su incansable y
eterna marioneta y la obstinación entre ambos, y la suma de ambos.
MERCEDES
RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES -
2004 -.
martes, 11 de septiembre de 2012
MICRORRELATOS.
CAZADO.
Al parecer el lobo no era tan feroz.Caperucita lo engatuzó. La cita fue en el civil. Pero el casamiento fue con la abuela.
OBSECADA.
Nadó, nadó y nadó. Nada más que para ahogarse.
CULPABLE.
Puedes llamar al abogado.-Dijo la mujer digna a su madre- He desestimado la honra de mi esposo.
Mercedes Raquel Enrique 08/2012
Al parecer el lobo no era tan feroz.Caperucita lo engatuzó. La cita fue en el civil. Pero el casamiento fue con la abuela.
OBSECADA.
Nadó, nadó y nadó. Nada más que para ahogarse.
CULPABLE.
Puedes llamar al abogado.-Dijo la mujer digna a su madre- He desestimado la honra de mi esposo.
Mercedes Raquel Enrique 08/2012
jueves, 5 de julio de 2012
Reverencia, qué palabra...
Reverencia, qué palabra
Y aquí me ves,
hundido en mis recuerdos, pensando cuántas veces fui inmortal, cuántas otras
infame, cuántas veces no fui. (Qué loco, ¿no? Yo que todo lo pude). No advertí
el dolor de mi amada, que en mis manos se opacaba, se quedaba sin esencia, sin
luz, sin verdad. Y yo inerte en la búsqueda perpleja de la verdad de la vida,
del ser, sin razonar que estaba allí, a mi lado, tocándome, mirándome, sintiéndome
y que idiotizado, miraba sin ver, tocaba
sin sentir.
Pero ese viaje la marcó para siempre, la volvió taciturna, el tiempo se le escapaba de entre las manos, entre sus lecturas y sus escritos, los que jamás me mostraba y mi tonta humanidad que se consolaba, pensando que esto era producto de la madurez que le había llegado antes de tiempo. Y así, entre distancias impenetrables, pasaron los años. Su cara que fue fraguando su dolor, su agonía, sólo era disipada por su eterna sonrisa, siempre a mi lado, tan prolija, tan perfumada, con las curvas perfectas, que descubrían a la mujer que se escondía tras sus trajecitos sastres. Y me pregunto: ¿Cuándo ha muerto la impetuosa joven de la que un día me enamoré? ¿La maté yo? ¿Se dejó morir? ¿O vivió simplemente muy lejos, muy lejos de mí?
Y
las flores que te llevo, sé que son inútiles... pero al menos me consuela saber
que tarde o temprano te las he dado. ¡Qué búsqueda inútil he realizado! Mis
ascensos, mis viajes, mi profesión. Y el
amor lo maté, lo olvidé. Pero tú no, tú no te consolaste con la espera, sé que
buscaste esa verdad que te mantuvo viva.
Que tus viajes tenían nombre y
apellido. Que tus poemas no eran producto de una imaginación prodigiosa, ya que
mostraban a la mujer que pugnaba por gritar: ¡Necesito amor! Qué
poco pedías vida, qué poco.
Y
él fue el único que te lo dio, llenó ese vacío que mi desamor te dejó, le dio
ese brillo a tu mirada. Hoy lo esperé tras tu tumba para recriminarle el robo
de tu amor, de tus suspiros, de tu piel erizada, de tus sonrisas en la ventana.
Pero cuando lo vi sobre tu tumba llorando y sonriendo, mientras te leía unos
poemas que seguramente te había escrito hace años, supe que debía agradecerle por haberte mantenido viva
hasta estos días. No es más alto que yo,
tampoco más elegante, ni más joven, simplemente es quien logró darte el amor que
yo nunca te di y pintar en tu rostro esa sonrisa eterna de adolescente feliz.
El error fue creer
que mi poder era superior al de los dioses, que yo todo lo podía y aquí me ves,
con sesenta años y sin el único ser que he amado en esta tierra, pero con la
convicción de que la reverencia será
parte del resto de mi vida. Si es
que Dios me condena con la misma.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
BUENOS AIRES - 2004
lunes, 4 de junio de 2012
MIS LÍMITES...
La
escritora tiene pocos límites...
Pues
ella sabe de calles que se cruzan en la noche,
Sin
temor de encontrar eso soñado.
De
lugares que desnudan hasta su alma...
De
perfumes que embriaga hasta la pérdida total de su cordura acorazada.
Del
besarse en plena calle y ante todos
Como
niña que ha encontrado al primer novio.
De
jugar a las cartas para perder besos por millones
En
pos de pagarlos hasta el infinito.
De
despertar en la noche sólo para mirar en penumbras
El
rostro sereno de ese ser al que ama de todas formas...
De
llamar en la mañana a su hermoso caballero porque sabe
Que
ha caído en los brazos de Morfeo más de la cuenta.
De
buscar noches y días en su memoria retraída cada gesto
Cada
rasgo, cada suspiro para no olvidarlo para olvidarse.
De
noches de lecturas infinitas, debatiendo sobre el pensamiento
De
algún escritor o filósofo profundo...
De
hacer el amor a cada instante para lograr fundir el alma
Más
que el cuerpo en su amado...
De
no cansarse jamás de mirarse en la mirada del amor
Que
le ha sido regalado...
De
guardar en cada célula el sentido de poseerlo aun
En
la distancia...
La
escritora no teme remontar vuelo en proyectos de futuro.
No
teme alcanzar el alba en los brazos de su amado...
Correr
de la mano, de ésa mano a la que extraña.
Pero
la mujer sigue el protocolo de lo mundano.
sábado, 14 de abril de 2012
VUELVES A ELLA, UNA Y MIL VECES...
Y por causa del retraso se me ocurrió...quizás que ya nunca llegarías. Que el encuentro al que acudías cada martes había dejado de interesarte. Pues a pesar de mi ingenuidad tantas veces puesta al descubierto sé que esos anónimos mucho tenían de cierto…
Fue así que te espere durante una hora y jamás apareciste. No intente contactarte, ni siquiera entre al MSN a ver si entrabas, es más si entraba lo hacia en forma de no conectado para no enfrentarte, sabiendo que te valdrías de cualquier excusa para tenerme a tus pies cuando algunas de tus jóvenes amantes te dejará plantado.
Supe por una de ellas que aún sigues el mismo juego macabro, las seduces, te les haces indispensable hasta saciar tu sed de sexo, pues tu adición se ha hecho incontrolable y cada vez necesitas más cantidad de mujeres para cubrirlas… Y sé que al final has conseguido que muchas accedan a dártelo al mismo tiempo. Quizás el no haber cedido a tus encantos de alcoba ha sido lo mejor, después de todo sería solamente una más en el montón. Se que lo tuyo es una enfermedad y pensé que se curaría al estar conmigo sin sexo de por medio como con las otras, pero sin dudas ella puede más que tú, y aún estas bajos pies…
miércoles, 29 de febrero de 2012
Quiero volver...
El tiempo expira
Y mi oasis se acabóHe de regresar a mi desierto.
A pesar del dolor que me causa, lo haré.
golpeando en mi rostro.
Veo una especie de animal
Siento a ese perro enfurecido
como desgarra mi alma.
Quisiera tenerte (a mi lado)
abrazarme a tus sueños.
Poder olvidar…
Dejaré entonces mi oasis.
Y sólo volveré…cuando el desierto ahogue.
MERCEDES RAQUEL ENRIQUE
ROSARIO-2012
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